Al menos que se ignore todo lo que se ha dicho y escrito sobre Joker, incluido el comunicado de la productora Warner Bros, en el que nos "aclaran" que el protagonista de la historia no es un héroe, resulta un poco difícil acudir al cine sin tener presente la polémica que ha generado la película, olvidándonos incluso de que lo que se proyecta en la pantalla es eso, una película, y no una suerte de manifiesto nihilista, elaborado por la extrema derecha o por la extrema izquierda (porque esto tampoco ha quedado claro), con el que se realiza una apología de la violencia. El largometraje de Todd Phillips está siendo interpretado como una alegoría política, y el enemigo de Batman ha regresado en esta ocasión para hacernos reflexionar sobre el austericidio, los choques entre culturas, el tribalismo, el culto a la personalidad y la mayoría silenciosa, entre otros asuntos tratados estos días en la prensa a la luz de la malograda vida del payaso.

Pero Joker también es, en efecto, una película basada en un personaje creado por DC Comics. Conviene recordar esta obviedad porque, a juzgar por lo publicado en algunos medios, podríamos llegar a pensar que el villano, cuya narrativa comenzó a desarrollarse en los años cuarenta del siglo pasado, es una invención de Steve Bannon, a pesar de haber participado ya en unas cuantas adaptaciones cinematográficas y televisivas, algunas de ellas premiadas con el Oscar, las suficientes como para no tener que explicar ahora que el Joker no es un referente moral ni recordar a los espectadores que, por favor, se abstengan de imitarlo. Entre los críticos tampoco ha habido consenso acerca del supuesto "mensaje" de la película. Para unos, Joker es propaganda conservadora encubierta (Richard Brody en The New Yorker); otros argumentan que la moraleja del relato encaja mejor en el discurso de la izquierda (Micah Uetricht en The Guardian). Y algunas reseñas señalan que no existe tal debate porque la obra no es más que un ejercicio pseudointelectual que carece de "un punto de vista coherente" (A. O. Scott en The New York Times). A veces resulta difícil saber si estas personas están hablando de la misma película. O de si, en realidad, están hablando de una película.

Es cierto que Joker exhibe una oportuna (¿o inoportuna?) verosimilitud, incluso con el histrionismo de Joaquin Phoenix, quien se ajusta al papel de una manera impecable, y la atmósfera distópica de Gotham, ya indistinguible de la ciudad de Nueva York, situándose muy cerca del género de terror, pues refleja unos resentimientos y miedos reconocibles. Ahí están los recortes, la desigualad económica, los disturbios, la rabia colectiva, "los olvidados". Pero la representación del miedo no es una promoción del miedo. La invasión de los ladrones de cuerpos, por ejemplo, fue interpretada en su momento como una crítica al conformismo de la "era Eisenhower" y también como una metáfora de la amenaza comunista. El cine está plagado de monstruos y psicópatas que han simbolizado temores muy distintos, desde una posible destrucción nuclear hasta las extrañas metamorfosis de la adolescencia. Lo curioso es que a veces se pretende censurar a estos monstruos ficticios, como si fueran el origen de la maldad humana, cuando es en la realidad donde el terror tiene verdaderas consecuencias. Al Joker le gusta el caos y la anarquía. Y su misión es la misma de siempre: montar un enorme jaleo y alterar el orden establecido aprovechándose de la polarización de la sociedad. Que esta película se vea como una alegoría de nuestros tiempos, la cual puede conectar con diversos grupos de extremistas, no es un problema de la película sino de nuestros tiempos.