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Olga Seco Seco.

Qué retrógrada soy: leo a San Agustín

Existe una sustancial diferencia entre querer y amar. El querer se inclina a la posesión, vigila con el ego los afectos y adapta el cariño a sus necesidades. El cariño propicia sentimientos, pero al pernoctar con el apego, de la noche a la mañana puede desaparecer. El querer, a simple vista, es voluptuoso, encuentra en la presencia, en la cosa, en el objeto, la fascinación. Poseer no significa querer. Cuando las presencias dejan de azuzar la vista; muchos quereres se convierten en olvido... El amor no tiene arraigo a la carne, se eleva por los escalones de la mente y el corazón. El amor asume la pasión en solitario y pasa la noche al lado del alma. La unión indisoluble del amor se sublima por medio del pensamiento, la música, la poesía, el silencio, el rezo... El amor, a diferencia del querer, carece de razón, encuentra en la ascensión espiritual el sustento y la eficacia.

Al leer a San Agustín, tira por tierra el peso carnal, uno se da cuenta que amando nunca estará el alma sobrecargada, queriendo sí.

Dejemos fermentar el amor y bebamos el licor suave del que habla Lope de Vega. El amor no aumenta con el adorno de las palabras. Amando nos volvemos mejores personas, liberamos las trabas del prejuicio, miramos con ojos menos desdeñosos a nuestros semejante.

No es lo mismo amar que querer. Amando no necesitamos justificar ninguna conducta.

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