Rush Limbaugh ha sido siempre el locutor de radio con mayor audiencia en Estados Unidos, un veterano de la guerra cultural que se hizo famoso en las últimas décadas del siglo pasado luchando contra la "ortodoxia progresista" y liberando al pueblo de la "tiranía de lo políticamente correcto", el supervillano de las "feminazis", los "ecologistas chiflados" y los "vegetarianos militantes"; en su época gloriosa, para hablar del aborto, hacía sonar una aspiradora mientras se escuchaba un grito humano con la intención de "concienciar" a sus oyentes (que oscilan entre unos quince y veinte millones); también se mofaba de los homosexuales, los enfermos de sida y los vagabundos. Antes de Fox News y las teorías conspirativas, antes de los Sean Hannity, los Glenn Beck y los Steve Bannon, antes de que aparecieran diarios digitales como "Breitbart News" y "The Daily Caller", antes de que un candidato a la presidencia como Donald Trump dejara de parecer una ocurrencia perversa, estaba Rush Limbaugh, solo ante el peligro.

A comienzos de los años noventa, la cadena CBS contrató a Limbaugh para que presentara un programa nocturno. Pero la transición de la radio a la televisión resultó complicada. Y el experimento acabó siendo un desastre. Un día la cosa se le fue de las manos. Durante una retransmisión en directo, varias personas que se encontraban en el público le reprocharon al presentador el daño que estaba causando a algunos colectivos. Se dijeron cosas muy duras sobre su persona. El vigoroso Rush, que no estaba acostumbrado a que le llevaran la contraria, se sintió acorralado, humillado y -por primera vez en su carrera- vulnerable. Entonces agarró el micrófono y afirmó: "He de decir que mi actitud es la actitud de la mayoría en este país". Parecía extraño que un osado agitador como él, quien tanto había presumido de enfrentarse al establishment, no tuviera ningún argumento convincente que ofrecer antes de recurrir al comodín de las masas. Sin embargo, en aquel momento, el líder de opinión parecía haberse quedado sin opinión, refugiándose en la gente que supuestamente lo apoyaba.

Después de esa experiencia, Limbaugh no dejó de meterse con los demócratas y con la izquierda, pero pidió disculpas por algunas de sus bromas y eliminó de su repertorio el contenido más ofensivo. Aquello supuso una gran decepción para muchos de sus oyentes, los cuales extrañaban ese constante "desafío a la corrección política". El locutor, a pesar de todo, logró consolidarse en la radio como "la voz conservadora más influyente del país", no por su capacidad de liderazgo sino por su intuición: son los oyentes quienes lo guían a él. En las elecciones republicanas de 2016, Limbaugh apostó por el caballo ganador, a diferencia de otros comentaristas de derechas que fueron condenados al ostracismo después de oponerse a Donald Trump. Si creas a la bestia, luego tienes que alimentarla; si no lo haces, esta te acabará devorando. O arruinando. De ahí que últimamente algunos de los que pensaban que Trump era un "un hombre inmoral" (Glenn Beck), un "charlatán" (L. Brent Bozell III) o un "fascista" (Erick Erickson) hayan decidido darle una oportunidad al presidente, sumándose con entusiasmo al movimiento que, en otros tiempos, parecía suponer un peligro para el conservadurismo y para la nación.

El librepensamiento, al parecer, no es tan rentable. Algunos reparten las antorchas y luego se llevan las manos a la cabeza cuando observan la fuerza destructiva de las llamas. Piensan que es igual de fácil agitar un avispero que ordenar una retirada. Pero la turba nunca perdona la disidencia. Limbaugh siempre lo tuvo claro. Conviene saber hacia dónde se dirige la mayoría. Otros confundieron su papel histórico, al creerse que la multitud enfurecida seguía sus instrucciones. No, lo único que hacían, con su gran olfato para detectar el resentimiento, era eso: enfurecerla. Hasta que un día la criatura comenzó a defenderse por sí sola, atacando incluso a sus propios creadores, quienes, tras comprobar lo dolorosos que resultan los insultos de los tuyos, han decidido reincorporarse al rebaño.