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Amenábar, Unamuno y una guerra incivil

Estos días está de moda Unamuno. Sin duda, ello es debido al reciente estreno de la película de Amenábar centrada en los primeros meses de la Guerra Civil tal como fueron vividos por el rector salmantino. Coincide, a su vez, con la publicación de otra biografía y varios estudios en torno a tan insigne figura.

Como era de esperar, la película de Amenábar ha suscitado reacciones de signo contrario. Unos defienden la visión del director; otros se desatan en improperios contra el film, y los más osados y matones, acuciados por un cortocircuito neuronal, invaden alguna que otra sala de cine al grito de "España, una, grande y libre", ellos, que la hacen pequeña y la quieren sometida.

Son, de nuevo, las dos Españas; esas dos caras de "la misma España que nos une a todos con nuestras fecundas adversidades mutuas", según palabras que el propio Unamuno pronunció cuando fue nombrado Ciudadano de Honor de la República. Ya entonces avisó de que a ningún sujeto o partido reconocía "la autenticidad, y menos la exclusividad del patriotismo". Unamuno se negaba a una capitalización interesada del patriotismo por una de las dos partes, y a la estéril escisión de España en dos frentes contrapuestos, sino que los quería unidos porque les era común el substrato de la intrahistoria. Pero, a la postre, no fue posible aquella ansiada superación dialéctica de las dos Españas. Cada una de ellas quiso aniquilar a la otra y aquello terminó en una historia de vencedores y vencidos, roles que, por voluntad de los primeros, se mantuvieron por muchos años.

Es inevitable. Ocurre con los filmes lo que con la estrategia de los partidos de fútbol. En discrepancia con el director, cada uno hubiera hecho "su" película y desde esa perspectiva valora la que ve. Yo mismo, si fuera cineasta, hubiera incorporado elementos que Amenábar ha omitido y tal vez hubiera prescindido de otros. Pero ello no impide que pueda decirse que la película acierta en lo sustancial.

Es verdad que el film incurre en algunas inexactitudes históricas. Pero ni Amenábar es historiador ni ha querido hacer un documental, sino contar la peripecia vital de Miguel de Unamuno durante los primeros meses de la guerra civil, en cuyo transcurso se produce su transición desde un primer apoyo a los rebeldes hasta su posterior reprobación cuando comprendió que aquel levantamiento militar no tenía por objeto la rectificación de la República, sino que era el advenimiento de una "salvaje pesadilla" de horror y fascismo. Y en este sentido creo que, en esencia, está recogida esa amarga vivencia del protagonista, su evolución ante los acontecimientos, que fueron los que fueron.

Algunos reprochan al film que solo muestre lo que ocurría en el lado "nacional" y que ni un solo soldado republicano aparezca en la película. Cierto, pero es que lo que Amenábar narra es lo que Unamuno ve y vive, lo que sucede en Salamanca, una ciudad tomada por los sublevados donde la represión adquirió tintes especialmente bárbaros y fieros; la película aspira a mostrarnos el clima de odio y sangre que va fatigando el turbado espíritu del viejo rector, y al mismo tiempo, el paso desde su inicial conformidad con el alzamiento hasta el estallido final condenatorio, una vez se hubo percatado de su aciago error (antes de lo que la película apunta).

La película se desarrolla en dos planos; uno describe las maniobras e intrigas de los mandos militares para hacerse con el poder total, que va a parar a manos de Franco. La atmósfera de la cúpula militar en la que se va tejiendo el que será futuro inmediato de España, contrasta con el otro plano del film, más íntimo, que nos va haciendo partícipes de la historia concreta de un Unamuno que vive afligido por lo que, día tras día, estaba viendo en Salamanca: el encarcelamiento y asesinato de sus amigos, el odio, el resentimiento, la locura de los "hunos" y los "hotros", como él los llamaba, encenagados en la sangre de la barbarie fratricida.

A quien tenga interés por el tema central de la película, recomiendo la lectura de un documento indispensable: El resentimiento trágico de la vida. Notas sobre la revolución y guerra civil españolas, texto brillantemente glosado por Carlos Feal. Está anunciada una nueva edición, esta vez a cargo del matrimonio Rabaté, y que, dada la condición de los citados hispanistas, promete ser de sumo interés. Se trata de las notas escritas por un Unamuno espantado ante la atrocidad de aquel suicidio colectivo, de aquel salvajismo despiadado y cainita, ferozmente asesino. Por eso, apesadumbrado, escribe al escultor vasco Quintín de Torre: "Qué cándido y qué ligero anduve al adherirme al movimiento de Franco".

La película termina con el conocido episodio del 12 de octubre en el paraninfo de la universidad, sobre el que tanto se ha polemizado. No vamos ahora a resucitar el debate en torno a lo que allí ocurrió realmente o sobre la fidelidad de la reconstrucción que de aquel momento hizo Luis Portillo, en su día acogida y difundida por Hugh Thomas. Sean cuales fueren las invocaciones o los reproches que allí se vertieron, es lo cierto que Unamuno hizo pública - y valiente- rectificación de su inicial apoyo al levantamiento militar, dejando así constancia de su oposición y condena al alzamiento. Y allí, en el templo de la inteligencia, del que Unamuno era sumo sacerdote, se revuelve ante la fuerza bruta de una guerra incivil para decir a un auditorio hostil que "vencer no es convencer".

Lo que siguió -y ya no forma parte de la película- fue el confinamiento de don Miguel en su casa de la calle Bordadores, vigilado por un policía, la destitución del rectorado, como meses antes lo había hecho el gobierno republicano, la soledad del hombre que estuvo contra los "hunos" y los "hotros". Y luego, el final; llegó la tarde del 31 de diciembre de 1936, como una niebla espesa y gélida, venida del allende sombrío; le envolvió, se apagó su pecho agitado y empezó a "soñar la muerte".

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