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La ventura de morir cuerdo y vivir loco

Este sencillo epitafio en el sepulcro de Don Quijote, que resume los desengaños de Cervantes a lo largo de su vida, es una gran metáfora de la libertad aplicable a quienes se empeñan en derribar molinos y castillos en estos tiempos difíciles. Su locura es una forma superior de cordura, como muchas personas de ambos sexos que hoy pasan por locos porque llevan en sus venas gotas de sangre jacobina. En esta obra cumbre de la literatura española (1615), el estado de locura que le atribuyeron curas y duques al hidalgo manchego, contrasta con la cordura que recobra a la hora de la muerte con la renuncia a la gloria alcanzada en el heroísmo de su vida. El mismo Sancho Panza anima a su amo a que no cometa la "locura" de morirse. Y así murió, sin que su amada Dulcinea le besara jamás con los besos de su boca, sino los de su imaginación. Sin locura no hay amantes que vivan locos de amor y muy pocos enloquecidos en la lucha por la libertad humana. Don Quijote ensancha nuestra mirada obligándonos a contemplar el mundo defendiendo a ultranza la libertad, a través de los ojos de un loco, enfrentando la locura con la cordura conservadora.

La libertad, un tema que a Cervantes le obsesionaba porque estuvo preso cinco años en Argel y otras cuantas veces en cárceles de España; como la obsesión de libertad de quienes hemos padecido su ausencia en penales franquistas y reconocemos en Don Quijote el canto de la pasión humana por esa libertad. Nuestro personaje nunca dio la espalda a su realidad y en su locura defendió el honor como una metáfora de libertad, y, a la vez, protegió la libertad del individuo para no ser instrumentalizado por la cultura de ruines poderes. Poco significa aquella cultura en que progresan las letras, el arte o la ciencia con civismo dormido y pensamiento encanallado. Cuántas veces se hace cultura con minúsculas para así justificar el miedo a encarar los problemas reales, porque sin libertad la cultura poco tiene que hacer en nuestra tierra.

Don Quijote, cuando se volvió cuerdo, se dio cuenta de la apariencia imposible de cambiar el mundo de la injusticia, y se murió creyendo que era imposible cambiar nada. Cinco siglos más tarde seguimos creyendo que la defensa de esas causas imposibles son las que requieren mayor sacrificio, pero siempre con una pizca de locura, porque las otras se defienden por sí solas. Los políticos de hoy podrían aprender del sentido ético-moral de Don Quijote, pues sus consejos son un gran ejemplo de verdadera justicia. Las hermosas locuras de aquel héroe serían muy eficaces para estimular la truhanería intelectual de los líderes de hoy: para lograr un acuerdo político de gobernanza, para levantar el cuerpo inerte de un dictador que vivió muy cuerdo o para aplacar el provocado e inútil incendio catalán. Estos líderes debieran seguir la huella de Don Quijote que no quiso vivir preso y atado al miedo de la cordura. Solo el ingenio de un loco podía ser capaz de romper las cadenas sin que su liberación mermara la de los demás. El aliciente de aquella libertad sigue siendo actual y es una lección que todos los hombres y mujeres pueden leer.

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