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Luis M. Alonso.

sol y sombra

Luis M. Alonso

El veletismo en la política

Salvo en los dos extremos rabiosos de la política, se advierte veletismo. En el diagnóstico social de nuestros líderes, es un mal asociado a la volatilidad efervescente de los sondeos: un estado dependiente de la opinión pública contrario a la reflexión y propenso al cortoplacismo.

Albert Rivera es un ejemplo de político aupado y empequeñecido por la demoscopia que le hace girar como si fuera una veleta a merced del viento. Primero abrazó a Sánchez, después, cuando los estados de opinión parecían favorecerle, decidió que era el momento de vetarlo, luego intentó arrimarse y ahora, por necesidad, está dispuesto a hacer piña con él. Pero la suya, aunque destaque demasiado, no es la única personalidad aparentemente inconsistente. Sánchez hablaba todavía no hace mucho de España como una nación de naciones para arrimar el ascua a la sardina de la izquierda y contemporizar con los independentistas mientras que ahora predica el españolismo. El presidente en funciones colecciona cambios de humor, exhibe unos principios y los contrarios con pasmosa facilidad según la conveniencia en cada momento y el pálpito de Iván Redondo, su ideólogo y asesor. Algo parecido se puede decir de Pablo Casado, que un día no muy lejano despertó sobresaltado de la pesadilla marianista para volver al aznarismo, e inmediatamente virar de nuevo hacia posicionamientos de centro.

Los políticos han abandonado la política creíble y comprometida con los principios para dedicarse simplemente a la mercadotecnia del voto. Su fiabilidad es la de los asesores y los videntes. Mañana cambiarán de nuevo.

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