Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Daniel Capó FdV

La vida buena

La vida buena es la que se vive por los demás, es decir: la que representa los valores contrarios a echarse en brazos de la buena vida. Esta, muy resumida, sería la tesis que propone el ensayista David Brooks en su reciente libro, titulado The Second Mountain. La vida buena lógicamente es la vida moral, la que es capaz de responder conscientemente a los retos de nuestra sociedad, sin darles la espalda en beneficio de los intereses individuales. La vida buena no puede ser cínica, aunque sí escéptica, por supuesto. Vivir con cierto escepticismo -lo cual supone una muestra de sabiduría- no es malo; vivir cínicamente, sí.

Brooks plantea un relato en torno a dos montañas. La primera es nietzscheana y alienta las pasiones egocéntricas: el éxito individual, la voluntad de poder, el narcisismo satisfecho por una buena carrera profesional? La segunda, en cambio, va en pos de un sentido que trascienda las necesidades que reconfortan al yo personal. "Si en la primera montaña -escribe el columnista americano- tiendes a ser ambicioso, estratégico e independiente, en la segunda buscas la relación, la intimidad y la perseverancia." Este mismo marco tiene una traducción institucional. Hay instituciones de todo tipo -universitarias, empresariales, políticas- que difícilmente enriquecen moralmente a sus miembros. Hay otras, por el contrario, que dejan una impronta quizás indeleble. "Estas instituciones -insiste Brooks- son las que cuentan con un propósito colectivo, una serie de rituales compartidos y un relato originario común." En esto no se equivoca.

The second mountain tiene mucho de refrito pop de la cultura clásica. Se podría decir que es poco más que un manual de autoayuda con grandes dosis de sentido común, pero refleja bien algunas de las patologías que afectan a las sociedades occidentales. El individualismo atroz, por ejemplo, que reivindica hasta la saciedad los derechos a costa de los deberes hacia los demás o que confunde la libertad con los caprichos incesantes de la voluntad. O el tribalismo -casi la antítesis de lo anterior- que busca defenderse del individualismo conviviendo solo con los iguales. O la ausencia de un sentido del largo plazo que asegure una continuidad entre las distintas generaciones -y las distintas clases sociales- bajo el amparo de una misma humanidad. La destrucción del medio ambiente tiene que ver con los anhelos de la primera montaña; su protección, con los de la segunda. El endeudamiento masivo de los países correspondería a los criterios de la buena vida, mientras que la prudencia financiera obedece a los instintos de la vida buena. Una piensa en hoy; la otra en el ayer, el hoy y el mañana.

No saldremos de la crisis cultural actual sin repensar estas categorías. No podemos vivir solo para nosotros mismos ni pensar que construiremos una polis mejor sin los demás. Necesitamos cultivar la ejemplaridad precisamente porque son los modelos de vidas buenas lo que nos invitan a mejorar. En cierto sentido, esa es la tradición que ha perseguido siempre la educación republicana , acercar la lengua culta al pueblo llano. En economía se habla de la importancia de los círculos virtuosos que compaginan la baja inflación con el incremento de los salarios, la alta productividad con la cohesión social. La cultura no es tan diferente: las virtudes, el orden y el sentido pavimentan el camino de la democracia y del progreso.

Compartir el artículo

stats