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Violencia y propaganda en Cataluña

El nombre de la violencia se asoma al conflicto catalán. Hay muchos motivos para inquietarse, pero no para sorprenderse. Hace ya mucho tiempo que las sonrisas de la revolución se volvieron muecas desabridas. Mucho tiempo aparentando que no sucede lo que sucede. Mucho tiempo negando la fractura social. Mucho tiempo maquillando el desprecio, la violencia verbal y cierto supremacismo capilar.

Pese a la huella de las organizaciones terroristas Exèrcit Popular Català en los años 70 y Terra Lliure en los 80, el independentismo catalán contemporáneo no es un movimiento violento. Pero esta constatación no excluye que la mezcla explosiva de agit-prop, fervor, impostura, frustración e intransigencia que se agita en la coctelera del procés pueda haber llevado a algunos miembros del movimiento hacia posiciones extremistas.

A los siete independentistas detenidos y encarcelados bajo la acusación de terrorismo les ampara la presunción de inocencia. Aunque dos de ellos han admitido que preparaban sabotajes con explosivos para "meter ruido" cara al 1-O y la sentencia, todos ellos son inocentes mientras no concluya el procedimiento judicial.

Despreciar este precepto del Estado de derecho sería una imprudencia que podría conducir a un grave atropello. Del mismo modo, desautorizar desde las instituciones públicas a la justicia que investiga a los acusados y asociarla a los tribunales de la dictadura constituye una tremenda irresponsabilidad política. Ni siquiera beneficia al independentismo. Todo lo contrario: la ciega exaltación institucional de los detenidos acabará manchando al conjunto del movimiento nacionalista si aquellos son juzgados culpables de los cargos que se les imputan.

El Gobierno catalán y los partidos que lo sostienen deberían reflexionar sobre este punto. Y sobre este otro: la canción de que Cataluña es una nación colonizada, expoliada, reprimida y aplastada bajo la bota de una dictadura policial extranjera, emitida ininterrumpidamente en sesiones de mañana, tarde y noche por todos los altavoces del régimen, es material inflamable al mezclarse con la frustración derivada del fracaso del procés.

Material inflamable en cualquier mente suficientemente desengañada, enojada y fanatizada: si estamos sometidos a una dictadura feroz, a un absolutismo colonial, si no vivimos en un sistema democrático ni por tanto podemos ejercer nuestros derechos ciudadanos, ¿no sería legítimo, moralmente aceptable, encomiable incluso luchar contra la dominación despótica con todos los recursos al alcance, con las armas con las que se suele luchar en el mundo contra las dictaduras?

El nombre de la violencia se asoma al conflicto catalán. El relato mágico independentista no es por completo ajeno. Sus sofismas pueden inflamar mentes ofuscadas. Y el Gobierno catalán, con su presidente al frente, no halla mejor respuesta que la desacreditación de la justicia y la exaltación de los detenidos. Hay un abismo entre respetarles la presunción de inocencia y ensalzarlos sin la mínima prevención. No hay Gobierno, hay propaganda.

* Director adjunto de El Periódico de Catalunya

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