En 1860, poco después de que Abraham Lincoln ganara las elecciones, varios estados sureños decidieron separarse de la Unión. El primero en hacerlo fue Carolina del Sur. Le siguieron Mississippi, Florida, Alabama, Georgia, Lousiana y Texas. Todos los senadores y congresistas que procedían de esos lugares abandonaron sus escaños en Washington mientras el país parecía dirigirse inexorablemente hacia una guerra civil. El único representante que había permanecido leal a la Unión fue un senador demócrata de Tennessee llamado Andrew Johnson. Un gesto que no sería olvidado; en las elecciones de 1864, los republicanos necesitaban el apoyo de los demócratas unionistas y nominaron a Johnson como vicepresidente de Lincoln, quien salió finalmente reelegido.

Tras el asesinato del republicano, Andrew Johnson asumió la presidencia, cayendo sobre él la responsabilidad de liderar durante la posguerra una nación dividida y poner en práctica la Reconstrucción. Aunque, al comienzo de su inesperado mandato, los republicanos más comprometidos con la igualdad racial confiaban en que Johnson cumpliría su proyecto, ampliando los derechos civiles de los afroamericanos y obligando a los estados del Sur a establecer una sociedad más igualitaria, el nuevo presidente pronto comenzó a distanciarse de su predecesor adoptando una actitud excesivamente complaciente hacia los confederados; incluso se opuso, sin éxito, a la Decimocuarta Enmienda, que concedería la ciudadanía a los antiguos esclavos.

Entonces, los republicanos, cansados del obstruccionismo presidencial que impedía normalizar la situación política y resolver lo que en buena medida había causado el conflicto, pensaron en iniciar un proceso de destitución contra Andrew Johnson. El primer "impeachment" en la historia del país. Para ello, los republicanos encontraron finalmente un pretexto: la violación de una ley de dudosa constitucionalidad denominada Tenure of Office Act, que restringía el poder del presidente a la hora de despedir a los empleados federales sin el consentimiento del Senado. A pesar de todo, Johnson concluyó su mandato, pues no se alcanzó la mayoría necesaria en el Senado para condenarlo.

El segundo proceso de "impeachment" contra un presidente se produjo cuando estalló el Caso Watergate. Pero Richard Nixon, sabiendo que había perdido el apoyo de su partido, dimitió antes de que se celebrara una votación en el Senado. El tercer "impeachment" surgió a raíz de otro escándalo, esta vez sexual, el de Bill Clinton y su relación con la becaria Monica Lewinsky. Como sucedió con Johnson, Clinton no fue condenado por la cámara alta porque no se lograron los votos necesarios. Ahora, tras conocerse la noticia de que Donald Trump pidió al presidente de Ucrania Volodímir Zelenski que indagara un posible caso de corrupción del hijo del exvicepresidente Joe Biden, un potencial adversario en las elecciones presidenciales, los demócratas, liderados por la presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosy, han anunciado una investigación para iniciar otro proceso de "impeachment", demandado ya desde hace tiempo por una gran parte de sus votantes, así como por unos cuantos activistas, periodistas e historiadores.

En la sección 4 del Artículo II de la Constitución se contemplan algunos motivos para iniciar el "impeachment": traición, soborno, "altos" delitos y faltas. Para entender lo que podría ser considerado como un "alto delito" hay que recurrir al artículo 65 de los Papeles federalistas, donde Alexander Hamilton proporciona una definición: el abuso de la confianza pública. Sin embargo, el proceso de destitución es una maniobra tan inevitable como arriesgada. Que este presidente merezca un "impeachment", a la luz de los textos mencionados, no parece muy discutible. Hamilton se refería, de una manera un tanto ambigua, a la conducta de los gobernantes. En ese sentido, Trump sí que parece haber abusado de la "confianza pública". Aunque no debería obviarse la poderosa dimensión simbólica de este proceso.

Como señala la historiadora Brenda Wineapple, el "impeachment" contra Johnson, más allá de los subterfugios utilizados, se basaba en el racismo ejercido y perpetuado desde la presidencia. Y cita al senador republicano Charles Sumner: "Esta es [el 'impeachment'] una de las últimas batallas contra la esclavitud". Pese a todo, el demócrata terminaría su vida política en esa misma cámara que intentó destituirlo (años más tarde saldría de nuevo elegido senador). Durante mucho tiempo, Johnson fue considerado (por los académicos más prestigiosos) una víctima de las artimañas de unos políticos corruptos y vengativos, como el mismo Charles Sumner o Thaddeus Stevens, que pretendían hundir al Sur en la miseria. El "impeachment" contra Trump coincide con la campaña electoral y en un momento en que el país está también muy dividido. Lo cual podría ser aprovechado por el presidente para ilustrar la venganza del establishment: las élites contra el Pueblo; los funcionarios de Washington intentando obtener el poder por otros medios. Los demócratas están obligados a iniciar el proceso. Si no lo hacen, probablemente se sentaría un precedente muy grave para las próximas administraciones; si lo hacen, pueden proporcionarle al presidente la última bala electoral junto con la economía. Charles Sumner y Thaddeus Stevens fueron restituidos moral y políticamente. Y la visión crítica que se tiene ahora de Andrew Johnson es muy diferente a la que se tenía hace unos años. El "impeachment" puede ser una amarga victoria a largo plazo: salvar la institución a costa de perder las elecciones.