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José María de Loma.

Dónde hay un cajero

La reducción del número de oficinas bancarias

Ya nos advirtió Sabina de que en aquellos lugares sagrados de nuestra memoria sentimental (o de nuestros magreos), aquellos donde nos daban las diez y las once, las doce y la una, ponían una sucursal del Banco Hispano Americano. Ya no.

Las oficinas chapan, cierran. Ya son la mitad que hace unos años. Se impone la banca por internet o se impone pegarte dos horas andando para ir a un cajero. Se impone que, encima, llegues a una oficina y los amables y desocupados empleados, obedeciendo órdenes, te envíen al cajero. A sacar dinero, a meter dinero, a pagar un recibo, a actualizar la libreta, a lo que sea. Entonces te dan ganas de decirles que para qué tienen la sucursal, que los van a despedir a todos. Te miran como un lunático. Pero tal vez después de esa mirada llega un despido, un cierre o un traslado.

Ya hay pueblos sin cajero, sin sucursales de banco, sin oficinas bancarias, igual que hay pueblos sin mar, sin nubes, sin cronista oficial o sin verano. Antaño no había esquina noble o céntrica calle sin sus bancos. Ahora, si acaso, son bancos de esos de sentarse. Para esperar a que el pariente o la parienta salga de una sucursal de Inditex donde está mirando o comprando trapitos. Usted habrá notado que antes la gente que nos paraba para preguntarnos algo inquiría por un museo, unos grandes almacenes, una calle, pero ahora preguntan, ¿sabe dónde hay un banco?

Las suntuosas oficinas y sedes quedan para las grandes ciudades. Si acaso. Hay más patinetes que cajeros, pasada la época en la que había más cajeros que bares. Ahora el cajero más cercano no es de tu entidad, con lo cual te cobran comisión. La banca siempre gana, aunque los bancarios no ganen para sustos. El personal de la banca española se ha reducido en 89.500 personas en los últimos nueve años, según datos del Banco de España, que no sabemos si también echa gente a la calle. Y lo que queda.

Este problema de la falta de oficinas lo está sufriendo sobre todo la gente mayor. La gente mayor de veinte años. Sí, porque aunque la mayoría podamos hacer muchos trámites a través del teléfono o tan ricamente en casa con la tablet, hay ocasiones en las que necesitas de la presencia humana, no tanto por aquejamiento de la soledad y sí por necesidad de asesoramiento profesional. O al menos, necesitas del enano que está dentro del cajero soltando billetes, expendiendo luego su cálido recibo como carta apasionada de amor a nuestros ahorros. Ay.

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