Sostenía Giner de los Ríos que mejorar la educación y la ciencia. Para el pedagogo y ensayista malagueño, el país no había perdido la guerra de Cuba por tener peores soldados que EE UU, sino por carecer de los ingenieros y electricistas que los norteamericanos habían formado décadas antes en sus escuelas y universidades. Probablemente nadie emprendió un esfuerzo regenerador a través de la enseñanza tan gigantesco en España como el de estos intelectuales de la Generación del 98. Han transcurrido más de cien años y esa filosofía mantiene inmaculado su vigor. En potenciar el talento, algo solo posible a través del sistema educativo, está gran parte de la solución a los problemas de Galicia.

La vuelta de los estudiantes a clase coincide con algunas buenas noticias y otras no tanto en torno a la enseñanza. La Universidad de Santiago deja de estar entre las 500 mejores del mundo, según el índice de Shanghai, tras caer por segundo año consecutivo, mientras la UVigo cede un escalón (pasa a la horquilla entre la 600 y 700), y la de A Coruña se queda de nuevo fuera. Ciento setenta y dos de sus profesores, a los que hay que sumar otros diez que trabajan en centros no universitarios, figuran entre los 5.000 más citados de España por la relevancia de sus trabajos, según el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. En la comunidad se ha logrado recortar en un 40% el abandono escolar temprano en una década y los gallegos con estudios superiores a los obligatorios rozan el 60%, cinco puntos más en tres años.

Como afirman los participantes en el III Foro de Educación organizado este fin de semana por FARO, a poco que nos esforcemos en impulsar la educación los resultados mejoran. Lamentablemente quienes tienen que acometer desde arriba la reforma educativa pendiente siguen en el limbo, incapaces de llegar a acuerdos entre ellos para corregir sus carencias y disfunciones. Antes y ahora. Lejos de desistir en el empeño, este periódico no se cansará de poner voz a la demanda de los sectores implicados. Lo reclaman todos: los alumnos, los profesores, la sociedad en su conjunto. Que tomen nota aquellos de lo expuesto estos días por los ponentes y participantes en el congreso de FARO, de su compromiso y entrega, para darle de una vez al sistema educativo de este país el empujón definitivo que precisa y reparar lo que no funciona.

La Institución Libre de Enseñanza tenía entre sus metas instruir a los jóvenes a afrontar la incertidumbre como algo consustancial a la vida y a la modernidad, desplegando su sentido crítico y su creatividad. También pretendía inculcarles valores cívicos, forjando ciudadanos comprometidos y cultos. Los inicios del siglo XX eran tremendamente confusos y cambiantes, casi igual que los del XXI.

Idénticos propósitos, sin modificar una coma, cabe formular hoy al volver la vista hacia las aulas. La única diferencia radica en que en la España de los Giner, Salmerón, Do Rego, Cossío... tres de cada cuatro españoles no sabían leer ni escribir. Las innovadoras ideas pedagógicas de entonces sirvieron para el desarrollo personal: dotar a cada español de herramientas básicas con las que moverse por el mundo con criterio propio. Hoy de los institutos y facultades ya salen estudiantes con una aceptable preparación. El desafío, como comunidad, consiste en transformar ese conocimiento en empleo, bienestar y avance económico.

El descenso de la natalidad comienza a notarse en Infantil y Primaria. El curso arrancó con 34 unidades menos. La crisis demográfica va a tardar lustros en resolverse. Lo que se pierde en cantidad habrá de ganarse en calidad. Hacia ese propósito convendría virar los recursos. En Secundaria y Bachillerato, un reciente informe de la OCDE sobre España incide precisamente en cuestionar los aspectos extensivos. Un alumno de nuestro país está peor formado que un finlandés pese a recibir 246 horas lectivas más al año. El método, en consecuencia, demanda retoques en favor de la eficiencia.

La FP, que dio comienzo esta semana, está salvando la cifra de matriculaciones en los estudios medios. Va a más y ya era hora. La sociedad, como siempre, adelanta a las administraciones pues el impulso lo posibilitan los propios alumnos en busca de oportunidades, que optan por prepararse bien para desempeñar un oficio. El programa de formación con aprendizaje en las empresas, tantas veces y durante tanto tiempo demandado, avanza aunque precisa hacerlo a mayor velocidad.

La Universidad y la investigación han sido las grandes sacrificadas durante la crisis. Muchas cosas importantes requieren dinero, pero el remedio a todos los males no siempre estriba en engordar los presupuestos, y menos sin rendir cuentas ni exigir el cumplimiento de objetivos. Las malas inercias en la elección de rectores o del cuerpo docente y la anquilosada gestión académica siguen actuando aún en algunos casos como pesados lastres.

Urge convertir a la educación en su conjunto en uno de los motores esenciales de progreso. No puede estar ausente ni quedar apartada de los principales asuntos de debate y preocupación nacional y regional sino, al contrario, debería sentar cátedra con su voz experta y autorizada. Solo el perfecto funcionamiento todos los eslabones de la cadena educativa garantizará la excelencia y revitalización del capital social. Decirlo es fácil. Conseguirlo, harina de otro costal. Intentarlo, imprescindible. "Caminamos a hombros de gigantes", afirmó Einstein. Gigantes del talento: eso necesita Galicia para salir adelante.