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Debemos a Ian McEwan el descubrimiento del poder transformador del populismo. El escritor reconocía, en unas declaraciones, que Boris Johnson era culto e inteligente, pero se había convertido en un tarugo populista. Sabíamos que el populismo reclutaba líderes tarugos, y a la vez los aspirantes a líderes populistas se mostraban incluso más tarugos de lo que eran, pero de la alquimia inversa que convierte oro en materia más o menos orgánica no sabíamos nada. Sentada la tesis, podemos imaginar el proceso, que comienza cuando el líder culto se pone a pensar en las pasiones más bajas de la gente y a idear los mensajes que mejor pueden desatarlas. Una vez implicado a fondo en la tarea, las neuronas se especializan en ese trabajo sencillo, huyen de la sutileza y la complejidad, que piden tanto esfuerzo, cierran habitaciones que no usan y cuando uno se da cuenta ya es un tarugo como es debido.

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