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Medio siglo en Abbey Road

Hace ya cincuenta años. Y podrían ser cincuenta días, porque ese disco mágico y prodigioso suena tan actual, tan moderno, tan evocador como el mismo día de su nacimiento a finales de septiembre 1969.

Tras las cumbres insuperables de Revolver (1966) y Sergeant Pepper's (1967) con el factor de la inesperada muerte de su manager, Epstein, los Beatles cayeron en estado de depresión. Y de ese estado surgieron proyectos carentes de su hasta entonces habitual estado de gracia, como Magical Mistery Tour o la banda sonora mezquina de la película de animación Yellow Submarine. Incluso el aclamado LP blanco (1968) no dejó de ser una obra mastodóntica, con enormes luminarias pero carente del espíritu autoselectivo que caracteriza lo mejor de la obra de los Beatles.

La puntilla fue el proyecto de cinema verité que acabó a bofetones y que se llamaría finalmente "Let it be", un epílogo póstumo a una carrera inigualada e inigualable.

Y fue en este contexto en el que se gestó "Abbey Road".

Conscientes de que la disolución era ya inminente, tomaron la decisión de grabar un último disco "como los de antes": cuidado, pulido, bruñido y depurado. Con una material filtrado y seleccionado.

El producto final no dejó dudas. El nivel del 66 y 67 se había recuperado con creces. El arranque hipnótico de "Come together", seguido por la sublime "Something" no dejaba dudas de lo que la obra maestra final contenía.

¿Y qué decir del collage de la segunda cara? Probablemente la cima del pop de los sesenta, con infinitas pinceladas impresionistas que rematan con la estremecedora "Golden slumbers" y el profético verso de "The end": "Y al final el amor que recibes es igual al amor que das".

Punto y final a la carrera musical más meteórica y brillante de la Historia de la Música. Todo se ha consumado.

Gracias a la bondad de mi padre pude recibir, vía Londres, "Abbey Road" en la fecha de su edición, el veintiséis de septiembre de 1969, y a los pocos día me lo llevé a Madrid, cuando inciaba mis estudios universitarios.

Toda la música maravillosa contenida en aquel vinilo la llevo unida a aquel tiempo en que dejé mi casa y eché a volar. Mis primeros paseos por el dorado Parque del Oeste o por Moncloa tienen una banda sonora inseparable que no es otra que "Abbey Road".

Cuando escucho la línea de bajos de "Something", las armonías vocales de "Because" o el idioma inventado de "Sun king" mi alma vuela a aquel otoño de 1969, entre hojas de color mostaza y oro. Cuando todos éramos jóvenes, y gozábamos del inmenso privilegio de escuchar, en tiempo real, el último disco grabado por los Beatles.

Hace ya cincuenta años.

*Dr. Arquitecto

Instituto de Estudios Vigueses

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