En el mundo posmoderno se carga de verdad el cliché de que lo que no se enseña -o lo que no se realza- es invisible. Y Vigo, Galicia y España tienen la obligación de que todos los ojos se desvíen hacia Rande. Una infraestructura emblemática, un monumento al progreso y al desarrollo del territorio y -en suma- un motivo de orgullo que ha sido reconocido internacionalmente no merece que pase desapercibido. No sería justo. Un puente cegado por la oscuridad, reducido únicamente a la funcionalidad de viaducto para los tráficos, significaría relegar a un segundo plano todo lo que significa de unión, progreso y del hercúleo esfuerzo técnico que acarreó su construcción y su ampliación. La grandeza de las sociedades se miden también por tributos así. En otras latitudes esa es ya una lección aprendida. En Rande, pues, hágase la luz.