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LAS SIETE ESQUINAS

Confianza

Las negociaciones para formar un nuevo gobierno

Cuando en 1920 se juzgó a Landrú -un asesino en serie que embaucaba a mujeres solitarias, las mataba y luego se quedaba con su dinero-, un montón de testigos que habían conocido a Landrú atestiguaron que era imposible que aquel hombre exquisito, muy bien educado, inteligente, agudo, siempre bien vestido, siempre encantador, buen padre de familia y esposo ejemplar, fuera un horrible asesino que descuartizaba a las mujeres y las quemaba en el horno de una pequeña casa de campo. Lo que nadie imaginaba es que, justamente por ser un embaucador que se ganaba la vida estafando a pobres mujeres solitarias, Landrú estaba obligado a comportarse con esa extrema sensibilidad y esa deslumbrante buena educación. Si no fuera por la dulzura de sus palabras, por sus buenos modales, por sus detalles conmovedores -una flor en el día del cumpleaños, una galantería al coincidir por la calle, el gesto de quitarse educadamente el sombrero, "pase usted primero, señora"-, Landrú no podría haber llevado a cabo su larga carrera criminal, con once asesinatos probados aunque podrían ser muchos más. Si Landrú tuvo éxito como embaucador y estafador fue justamente porque nadie llegó a imaginar que lo fuera, empezando por su propia familia (tenía mujer e hijos) y terminando por la mayoría de sus víctimas, que se dejaron seducir y engañar sin sospechar nada que pudiera ser peligroso para ellas.

Estos días de supuesta negociación para llegar a un acuerdo de gobierno entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, me he acordado del exquisito y refinado Landrú, que siempre tenía una hermosa palabra en la punta de la lengua para hacerse pasar por una persona irresistible y cariñosa y digna de confianza. Los políticos son en cierta forma Landrús -viven de embaucar a la gente-, y por eso mismo se les debe suponer una cierta capacidad de seducción personal y un encanto propio a la hora de seducir a los electores (a los que por fortuna solo esquilman a base de impuestos y de promesas incumplidas, sin que por el momento hayan pasado el estadio posterior de descuartizarlos e incinerarlos en el horno de la cocina). Pero justamente por eso se les debería suponer cierta falsa galantería y cierta impostada elegancia moral para ejercer su trabajo. Es decir, cierto refinamiento, cierta sofisticación, cierta disposición seductora.

Pero justamente eso es lo que no hemos visto en estos días, no solo entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, sino entre todos los políticos con representación parlamentaria (incluyendo, muy especialmente, a Pablo Casado y Albert Rivera). Porque lo que hemos visto han sido malas maneras, engaños, desconfianzas, vetos, insultos, amenazas o incluso un matonismo chulesco que pone los pelos de punta. En vez de seductores con una sonrisa en los labios, en vez de caballeros educados siempre dispuestos a ceder el paso mientras se levantan coquetamente el bombín, lo que tenemos es una cuadrilla de adolescentes consentidos que se han pasado horas y horas colgando selfis en su cuenta de Instagram esperando ansiosos el aluvión de corazoncitos rojos que les recuerden lo guapos que son. En vez de halagar, en vez de seducir, en vez de persuadir, todos se dedican a marcar territorio como machos que aspiran a liderar el rebaño. Durante todo este tiempo no les hemos oído ni una sola palabra hermosa ni un solo elogio al adversario con el que de algún modo tendrían que acabar entendiéndose (si es que de verdad debemos tomarnos en serio lo que nos dicen). Nunca les hemos visto un solo gesto magnánimo o desinteresado o siquiera educado. No, nada de eso, nada de nada. Solo gestos enfurruñados, amenazas veladas, chulerías de matón de patio de colegio.

Me pregunto qué pensarán los habitantes de Orihuela que están viendo cómo se desborda el río que pasa por su ciudad, o todos los habitantes de la cuenca del Segura que no saben si mañana tendrán su casa en pie o si sus negocios se habrán quedado anegados. Me pregunto qué puedan pensar de todo esto esos ciudadanos -y son muchos- que viven con apenas 600 o 700 euros al mes, esos que ni siquiera saben cómo pagar el alquiler o si van a encontrar un trabajo mal pagado y mal considerado que casi nadie quiere. Si los políticos olvidan que su obligación es seducir a sus electores -como hacía Landrú con las pobres viudas de guerra a las que pretendía consolar y socorrer-, los electores empezaremos a pensar que no son más que un hatajo de embaucadores que no se merecen nuestra confianza. Y a los que, quizá, deberíamos empezar a mirar con el mismo desprecio y el mismo horror con que todos los conocidos de Landrú empezaron a mirar a aquel hombre cuando se enteraron de cuál había sido su verdadera personalidad.

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