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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Trifachitos, progres, masones

De creer a muchos políticos y no pocos de sus seguidores, este sería un país lleno de fachas, de rojos, de franquistas, de progres y de masones, por citar solo algunas de las especies ideológicas de otro siglo.

Luego sale uno a la calle y lo que se encuentra es un relajado ambiente de terrazas llenas de gente de lo más contemporánea, a la que cuesta imaginar en vísperas de un conflicto civil. O el personal no se entera o, más probablemente, los encargados de los asuntos públicos viven en un mundo irreal y algo marciano del que solo tenemos noticia por sus prédicas en las teles y en los papeles.

Abogan a favor de esta última hipótesis los ochenta millones de turistas que visitan España cada año, sin temor aparente al clima de convulsión que a menudo dibujan los políticos locales. Se conoce que los extranjeros prefieren creer lo que ven con sus propios ojos antes que los discursos apocalípticos de los profesionales que están o aspiran a estar al mando.

También pudiera tratarse de una mera cuestión lingüística. Ya no hay dos Españas como las que en tiempos de Machado habrían de helarle el corazón a los españolitos recién nacidos; pero eso no impide que los políticos -y sus forofos- persistan en usar el lenguaje de la guerra civil.

La izquierda, incluso moderada, no duda en reputar de fachas y trifachitos a los de enfrente, aunque en muchos casos se limiten a expresar ideas conservadoras. La derecha, a su vez, retruca con improperios no mucho más elaborados, tales que progre, masón o, en el caso del presidente interino, Doctor Cum Fraude y Falconetti. (Falconetti es, por cierto, el nombre de un personaje televisivo de hace cuarenta años que representaba la quintaesencia del mal).

Aquí siempre hemos entendido el humor -y, sobre todo, el malhumor- en clave de retruécano, lo que acaso explique esa afición a los juegos de palabras para denigrar al contrario.

Cierto es que hemos ido perdiendo finura en el arte de injuriar. Habrá quien añore la época parlamentaria de Alfonso Guerra, que lo mismo calificaba a una ministra de "Carlos II vestida de Mariquita Pérez" que le adjudicaba a Adolfo Suárez la profesión de "tahúr del Misisipi".

No es que Guerra fuera Castelar, precisamente; pero aquellas mofas excedían en inventiva a la de "trifachito", con la que ahora se define a una unión eventual de las derechas moderadas con la extremosa. Tampoco lo de Doctor Cum Fraude aplicado a Sánchez constituye exactamente un alarde de ingenio; pero esto es lo que hay.

Sorprende ya algo más el uso del vocablo "progre" en términos despectivos, tratándose como se trata de una apócope de progresista, o partidario del progreso. Y solo de anacrónico puede reputarse el calificativo de masón para denostar al adversario o más bien enemigo político. Masones fueron algunos prohombres de la República, desde luego; pero también varios de los primeros y posteriores presidentes de Estados Unidos. Fenómenos de otras épocas, como es fácil deducir.

Lo malo de estar echando siempre el ojo al retrovisor es que uno acaba por perder de vista lo que tiene delante. Quizá sea esa la razón por la que los políticos han adoptado el lenguaje y los conceptos del pasado siglo para dirimir sus querellas de hoy. La gente sigue tan tranquila en las terrazas, como es natural.

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