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Joaquín Rábago.

La era de los políticos sin escrúpulos

Una sensación creciente de inseguridad colectiva, unida a la cada vez mayor desorientación política en el caótico mundo de las redes sociales, está propiciando la aparición de líderes políticos sin demasiados escrúpulos. Políticos que polarizan en lugar de cohesionar, en busca siempre de chivos expiatorios, siempre los más débiles, hacia los que desviar la atención de los problemas reales de los ciudadanos, líderes que mienten como bellacos y además impunemente.

El lector habrá pensado inmediatamente en personajes como el presidente de EE UU, Donald Trump, el líder de la Lega y hasta hace poco hombre fuerte del Gobierno italiano, Matteo Salvini, y, last but not least, el nuevo primer ministro británico, Boris Johnson.

Hoy quisiera referirme exclusivamente a este último, mendaz corresponsal ante la UE en otros tiempos, al que nada importaba retorcer los hechos para burlarse de "los burócratas de Bruselas" y hacer reír a los británicos con sus continuas invenciones.

Mucho más inteligente y por supuesto infinitamente más culto que Trump, Johnson no le queda atrás a este, sin embargo, en ambición política, y así no ha descansado hasta conseguir el objetivo por el que llevaba tiempo maniobrando: llegar al puesto que ocupó un día su admirado Winston Churchill.

Y todo ello para, ya en el número 10 de Downing Street, en compañía de Larry, el gato de la casa, seguir maquinando sin mostrar el mínimo respeto al más antiguo parlamento del mundo -con permiso de las Cortes de León- a fin de sacar a su país del club en el que lo metió en 1973 precisamente otro líder tory: Edward Heath.

Un político, este, a quien ahora el tabloide sensacionalista y rabiosamente eurófobo "Daily Express" acusa de haber mentido en su día al electorado y haber recibido de Bruselas el equivalente de 1,5 millones de libras a cambio de su renuncia a "la soberanía nacional", esa que ahora Johnson y su equipo pretenden demagógicamente "recuperar" para el pueblo británico,

Y en la persecución de tal objetivo, dispuesto a sacar al país como sea de la UE, es decir, incluso sin acuerdo, como parece cada día que pasa más probable, Johnson pretende ahora desactivar el Parlamento de la nación, prolongando las vacaciones de sus miembros para impedir que puedan en el último momento ponerle palos en las ruedas. La tan enorme como arriesgada apuesta de Boris Johnson la ha comparado un correligionario suyo, el exministro de Asuntos Exteriores Malcolm Rifkin, nada menos que con la Revolución inglesa del siglo XVII en la que el monarca entonces reinante se enfrentó al Parlamento con el desastroso resultado que cuentan los libros de historia.

"El último que lo intentó, explica Rifkin, fue el rey Carlos I. Lo que llevó no solo a la guerra civil (inglesa), sino también a que al monarca le cortaran la cabeza". Son estos, por fortuna, tiempos más civilizados y no hay peligro de que Johnson corra la misma suerte aunque sería, al menos simbólicamente hablando, el castigo merecido.

Los politólogos hacen ahora cábalas sobre las posibilidades que les quedan a los representantes del pueblo británico para impedir lo que muchos asimilan, sin que les falte razón, a un intento de golpe de Estado por parte de un líder elegido al frente del partido por menos de 93.000 votantes tories.

La estrategia más radical para intentar parar in extremis ese golpe sería que en el poco tiempo que queda hasta la fecha fijada para la salida de la UE, el Parlamento acordase solicitar la retirada del artículo 50, que es el que permite a un país miembro dar ese paso y establece los mecanismos necesarios.

Pero no existe claridad sobre hasta qué punto podría el poder legislativo imponerse al ejecutivo, es decir asumir momentáneamente tareas propias del Gobierno y decidir la política del país en relación con la UE.

El historiador Robert Tombs, de la Universidad de Cambridge, se muestra escéptico: el papel del Parlamento es el de fiscalizar al Gobierno, pero no el de suplantarle. Esto último sería excederse en sus atribuciones.

Una posibilidad que también se menciona sería que se intentara derribar al actual Gobierno mediante la presentación de una moción de censura para , si prosperase, nombrar a un nuevo primer ministro al frente de un gobierno de unidad nacional, que podría optar entre aplazar la salida o convocar un nuevo referéndum sobre el Brexit.

Pero tampoco se presenta esto fácil, ya que ni el pequeño partido liberal ni los tories críticos con la jugada de Johnson aceptarían que ese nuevo primer ministro fuese, aunque solo a título provisional, el laborista Jeremy Corbyn, un político que se ha mostrado siempre vacilante y no concita siquiera la unanimidad de su propio partido.

A su vez, y aprovechando la total confusión creada, Johnson podría decidir convocar elecciones para comienzos de noviembre, poco después de la fecha oficial fijada para la salida del país, con o sin acuerdo, de la UE. Con los hechos consumados, podría entonces presentarse triunfalmente a los electores como el político que obedeció el mandato del pueblo británico. Y su golpe sería perfecto.

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