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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

El regreso

A falta de algo llamativo, o al menos curioso, excluida la sesión de control al Gobierno en el Congreso -despachada, y nunca mejor dicho, por la vicepresidenta en el más puro "estilo Calvo"-, el público podrá entretenerse este último fin de semana de agosto viendo, leyendo u oyendo cómo han transcurrido las vacaciones del oficio político. Y, hasta el martes, escuchando qué resultado darán las 300 -sí, trescientas- propuestas para un "Gobierno progresista" elaboradas por el equipo de don Pedro Sánchez. Nadie podrá decir, por lo tanto, que al menos ellos se dedicaron al ocio y no se ganaron el sueldo.

(Es una anécdota, quizá, pero puede rectificar siquiera en parte la imagen de un oficio que en su gran mayoría ha demostrado que la parálisis del país apenas le importa. Y que no hay problema que la agite, siempre y cuando sus nóminas y canonjías lleguen con puntualidad a su cuenta. Incluso a pesar de que el paso de las semanas pinte de negro el horizonte económico -y quizá político también, con el Brexit colgando de otro excéntrico- de estos Reinos carpetovetónicos. Y no se trata de caer en la crítica fácil ni en el catastrofismo de lo inevitable).

Ocurre que la práctica demuestra que hay margen, aunque estrecho, para cierto optimismo y la convicción de que un viejo Estado como este no se hunde a pesar de que haya quien lo reclame. Algo que, junto a la evidencia, resucita la frase, atribuida a un canciller alemán de comienzos del siglo XX, según el cual "España es indestructible: sus habitantes llevan quinientos años intentando deshacerla y no son capaces". Dicen que fue Bismark, pero quizá debiera haber añadido que no hay que fiarse, porque ya dejó advertido el refrán aquello de que "tanto va el cántaro a la fuente que termina por romperse".

En este punto, y en la hora del regreso, hay otro factor de atención y de polémica. No es nuevo, pero ha cobrado cierta virulencia por las circunstancias: se trata del malestar, quizá inducido, de una parte de la población por las cifras de las retribuciones de quienes, durante estos meses, las han percibido sin -de acuerdo con esa opinión- habérselas ganado. Se calificó de pura demagogia, pero algo tiene, en el fondo y en la forma, que "engancha", y a estas alturas ya se sabe que cuando el río suena es que agua lleva y que, por tanto, puede ahogar a quien se descuide.

Que un debate ya manido -el de cuánto han de obrar los políticos y por qué- presida el regreso al trabajo tiene poco sentido. Y podría ser -por eso se habla de inducción- para desviar el foco y evitar que se aborden asuntos más serios y graves. Por ejemplo, cómo está de verdad el ruedo ibérico y de quién es la responsabilidad. Desde el punto de vista de quien escribe, no ha de imputarse al sistema tanto como a sus protagonistas, aunque aquel tenga fallos y estos poco hagan para corregirlos: lo peor de todo es que los protagonistas parecen preferir los defectos. Acaso sea porque resulte más cómodo. Habría de meditarse a fondo.

¿No...?

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