Opinión | sol y sombra
Luis M. Alonso
Bolsonaro
Me disponía a escribir de Neymar da Silva Santos Junior. He desistido. Los culebrones tienen su principal razón de ser en la insoportable persistencia y puede que esté llegando a su fin; no quiero quedarme colgado de la brocha. Lo haré, en cambio, de Jair Messias Bolsonaro, otro brasileño, que no parece estar lejos del astro del PSG en la calidad de materia gris de su periferia cerebral.
Bolsonaro ha decidido hacer de los problemas que afectan al planeta un asunto particular. Esto no es nuevo pero sí, sin embargo, resulta de lo más novedoso reconocerlo mundialmente. Dice que no está dispuesto a admitir la ayuda económica del G-7 para la Amazonia si Macron no retira antes los insultos contra su persona.
Todo ello parte supuestamente de una situación insólita en la que Bolsonaro se atrevió a mofarse en las redes sociales de la mujer del presidente francés y éste le respondió que ese tipo de burlas harían avergonzarse a las brasileñas del sujeto que dirige la política desde Brasilia. Digo que parte supuestamente de esa pequeña escaramuza porque en el fondo de la crisis entre Brasil y Francia lo que subyace es, además de los modales groseros de Bolsonaro, la actitud de gendarme mundial de Francia en relación a la Amazonia, que está siendo sometida a una deforestación salvaje por falta de control medioambiental.
La cuestión está en si los incendios del gran pulmón planetario que es la selva brasileña deben formar parte de la agenda de una organización mundial como es el G-7 o simplemente permanecer bajo la soberanía especulativa de Bolsonaro, cuando se trata de algo que afecta a la humanidad. Es, en todo caso, una cuestión que hay que situar muy por encima del comentario inapropiadamente soez de un mandatario y la respuesta de otro que se siente ofendido. La excusa de Bolsonaro del insulto es tan burda como el que la profiere.
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