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Joaquín Rábago.

360 grados

Joaquín Rábago

Los Verdes, domesticados, podrían gobernar por primera vez Alemania

Un ecologista podría muy bien convertirse en el primer canciller federal alemán de ese partido. Lo indican las encuestas, cada vez más favorables, y lo augura y desea el que fue uno de los protagonistas del mayo del 68: Daniel Cohn-Bendit.

Este exeurodiputado europeo, conocido durante aquella revolución estudiantil como "Dani, el Rojo", y admirador últimamente del presidente francés, Emmanuel Macron, apuesta fuerte por su correligionario Robert Habeck como jefe de un futuro gobierno de coalición con conservadores o socialdemócratas, según den los números.

Los Verdes están actualmente liderados por un dúo -Habeck y Annalena Baerbock-, fórmula que tratan de imitar ahora el SPD, y Cohn-Bendit cree que lo más sensato sería que, en lugar de disputarse entre ellos la candidatura a la cancillería federal, Baerbock propusiese a su compañero de dirección para el cargo.

Los ecologistas ya no son en cualquier caso lo que eran: perdieron en cierto modo la inocencia al compartir el poder con el canciller socialdemócrata Gerhard Schröder, con quien los antiguos pacifistas decidieron la participación alemana en el bombardeo de Yugoslavia.

Era entonces ministro de Exteriores el verde Joschka Fischer, al que la secretaria de Estado norteamericana Madeleine Albright convenció para que no se opusiera a la primera participación de Alemania en una aventura militar exterior desde su derrota en la Segunda Guerra Mundial.

Una operación, por cierto, no sancionada por el Consejo de Seguridad de la ONU -algo que hoy se olvida fácilmente- y que comenzó con unas cuantas mentiras por parte de Washington, como quedaría demostrado más tarde.

También con el atlantista converso Joschka Fischer compartiendo el Gobierno con Schroeder, los Verdes aprobaron la llamada Agenda 2000, que sirvió para abaratar y precarizar de paso la mano de obra alemana con el pretexto de hacer más competitivas las exportaciones y combatir el paro.

Programa que continuaron los cristianodemócratas y cristianosociales bávaros, que debilitó a la clase trabajadora y del que ahora, vistas sus consecuencias antisociales, tratan de distanciarse ahora tanto Verdes como socialdemócratas.

El partido ecologista, que gobierna ya con bastante éxito en algunos "laender" como el de Baden-Württemberg, uno de los centros de la poderosa industria automovilística alemana, parece haber hecho también las paces con ese sector, rebajando sus exigencias ambientalistas.

Ni siquiera en asuntos como el llamado comercio de emisiones, uno de los instrumentos más importantes de la lucha contra el cambio climático en el marco de la economía de mercado, son ya los Verdes no son tan radicales como algunos los pintan.

Así, mientras que algunos científicos del propio Gobierno cifran en 180 euros el precio que habría que fijar por tonelada de CO2 emitida para poder cumplir los objetivos del acuerdo de París sobre el cambio climático, y el Fondo Monetario Internacional propone 60 euros, los Verdes, que hablaron en un principio de 80 euros, han rebajado mientras tanto su propuesta a la mitad.

Tampoco son mucho más valientes sus planteamientos para fomentar el uso del ferrocarril frente al avión y al coche particular: hablan de rebajar al 7 por ciento el IVA que se aplica a los billetes de tren, mientras que el jefe del Gobierno bávaro, Markus Söder, un conservador tornado de pronto ecologista, ha propuesto eliminarlo totalmente.

Incluso un semanario liberal como Die Zeit se pregunta por qué los Verdes no aprovechan la libertad que les da el hecho de estar todavía en la oposición y no tienen propuestas más valientes contra el cambio climático pese a considerarlo con razón el desafío más importante que tienen hoy los países.

La respuesta es que una radicalidad consecuente significaría salirse del marco del crecimiento, y a lo más que llegan los ecologistas es a lo que llaman "crecimiento verde": un crecimiento más cualitativo que cuantitativo, pero que no pone en cuestión el actual sistema económico, basado, como sabemos, en la continua producción para el consumo.

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