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Matías Vallés.

Al Azar

Matías Vallés

La autoestima de los partidos

Se ha dicho (y sobre todo se ha repetido) tan a menudo que los partidos políticos son entidades ensimismadas, que se arriesga a olvidar su variedad psíquica y sus dispares grados de autoestima. A menudo se detecta absolutismo cerril donde solo hay inseguridad en la ubicación. A la hora de captar votantes, la distribución ideológica del espectro es menos relevante que el concepto de sí mismas que adorna a las diferentes formaciones políticas. Los emergentes prosperaron por nuevos, sin más, los tradicionales decayeron por anticuados. Frente al tópico de la obstinación letal, los partidos cambian constantemente de estado de ánimo. Vox es la formación que tiene un mejor concepto de sí misma, y no peligra tanto por radical como por debilitar su expresión con hidalguía de certezas que solo distraen a la audiencia. La extrema derecha moderada considera que solo hay algo en el mundo más importante que España, y se llama Vox. De hecho, si España fuera más perfecta que Vox, no permitiría que hubiera españoles que no participaran de dicha afiliación política. Se produce así una curiosa inversión. El partido maniqueo de los buenos y malos españoles agrada antes por su marcialidad intrínseca que por su objetivo uniformador. Los adeptos de Vox no tienen problema para preferirlo a sus eminentes regiones de procedencia. O a sus familias, o a su España. Vox es la forma correcta de actuar en un mundo descoyuntado. Rajoy se encomendaba a un genérico " hacer cosas", desde la derecha le demuestran que el gesto gallardo precede a la acción. Un partido de desfiles, de procesiones, que restaura el orden del hormiguero y el enjambre. Se aprecia así de entrada la enorme diferencia con Podemos, que solo ha sido elegido por sus habitantes porque es el mejor ring donde pelearse. En Vox no hay otra parte, en Podemos todos los caminos conducen al conflicto. El círculo es la figura en que todos los adversarios están a la vista, ninguno de ellos goza de la ventaja del rincón. La querella cruenta entre Iglesias y Errejón atiende más a sus imágenes respectivas que a cuestiones de fondo, se distinguen por el color de sus crestas. En cuanto se sedimenta la polvareda de la riña que les envuelve, los adictos a Podemos se van a otra parte. Dimiten a medias, con ese gesto minúsculo de quitarse el delantal. Disentir es la razón de ser de la izquierda no consolidada. Si Podemos tiene la razón, pierde la razón de ser. Todos los que están en Ciudadanos iban camino de otra parte, y comparten el aspecto de viajeros en tránsito, de sentarse sobre el equipaje mientras el futurista Rivera silbatea como un agitado jefe de estación acelerado por Boccioni. De ahí el tráfico incesante de incorporaciones y abandonos, aves de paso en lo más próximo al turismo político, a riesgo de acabar en una caótica película de Blake Edwards. Se habían afiliado a Ciudadanos a condición de que les defraudara, para proclamar que en casa como en ninguna parte. Ahí, Rivera ha cumplido con creces. Si Ciudadanos equivale a estar en ninguna parte camino de todas partes, el PSOE supone estar en todas partes camino de ninguna. Son las dos perspectivas de una encrucijada, la centrífuga y la centrípeta. El socialismo en siglas es la circunscripción en que menos personas se encuentran a disgusto, siempre que se comprometan a no mirar por encima del muro. Por eso suena tan extraño escuchar las vivencias de un desertor socialista, qué necesidad tenía. El PSOE mejora sin contacto con la realidad. Todo paseante de la política será tentado en algún momento por el PP, el partido que ha extraviado las agallas y espolones. Es el enfermo de depresión que se procura la autoextinción antes que la terapia, y que disfraza de España Suma la evidencia de que no puede cargar en solitario con su cruz. El PP piensa de sí mismo que es lo mejor para todos porque también ha sido lo mejor para sí mismo, que se llama corrupción. En contra de las apariencias, el PP es el partido con menor densidad ideológica, no pierdas el tiempo en interpretar la realidad si puedes comprártela. Los populares administraban un perdón para cada confesión, sin más penitencia que un voto al desgaire. Han vivido tantos años a la sombra del mandamiento de que " la corrupción no se paga en las urnas ", que la estampida de feligreses les suena a falta de la educación que les recortaron. No se sienten humillados por depender de sus vecinos, España Suma, sino por haber descubierto que tenían vecinos. El PP es el partido más bajo en autoestima, solo volverá a ser peligroso si admite esta carencia depresiva. En cambio, el PSOE vive embargado por una autosuficiencia sin base racional. Y la enumeración se prolonga con los curas gamberros de ERC, los gamberros sin cura de la CUP o los cardenales del PNV. El balance anímico también es multicolor.

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