Damos hoy continuación a la patobiografía de Felipe II, iniciada en un artículo anterior (véase Faro de Vigo, 04.08.2019), con una síntesis sobre su genealogía y nacimiento. Lo haremos en este suelto sobre el período entre los años 1527 a 1533, que corresponde a la primera y segunda infancia del Príncipe o, lo que es lo mismo, a las edades pediátricas denominadas lactante y preescolar.

En la época en que nació Felipe II, la aglomeración de tantos forasteros en Valladolid y el propio crecimiento de la ciudad, sin que se cumpliesen las exigencias sanitarias necesarias, desencadenó una funesta epidemia, probablemente de cólera. Por ello, se ordenó la evacuación de forasteros, y los emperadores y toda su Corte, en agosto de 1527, salieron hacia Palencia, tierra de clima frío, pero sano y seco, para después pasar a Burgos en octubre. En primavera de 1528 se trasladaron a Madrid, de delicioso clima. Allí reunieron las Cortes de Castilla y se prestó juramento de fidelidad a Felipe, como heredero del trono, el 19 de abril, en la iglesia de San Jerónimo, estando presente el Príncipe, sostenido en brazos de su madre.

Desde Castilla, el Emperador, Carlos I, viajó sucesivamente a Zaragoza, Valencia y Monzón, donde celebró las Cortes. A continuación realizó una corta estancia en Barcelona. Mientras, la Emperatriz, Isabel de Portugal, permanecía en Madrid, donde el 21 de junio, un año y un mes después de nacer don Felipe, nació su segundo hijo, una niña bautizada con el nombre de María. Hasta ese momento no hay constancia de que el Príncipe padeciese ninguna enfermedad; sin embargo, Menéndez Pidal (Rev. Arch. Bibl y Museo. 1909; 2:83) afirma que sufrió sarampión. En verano de 1528, el Príncipe sufrió la primera dolencia que existe documentada, en una carta de Martín Salinas, encargado de los negocios del Príncipe, en la que informó que la Emperatriz y el Príncipe estuvieron muy aquejados de fiebres tercianas. A doña Isabel las calenturas se las atribuyeron a los intensos calores del verano. No obstante, si se considera que se produjo después del parto de María, lo más probable es que se tratase de fiebre puerperal, muy frecuente dado el total desconocimiento de la asepsia en el parto. Con este motivo, el emperador escribió a los doctores Villalobos y Alfaro: "Os mando y encargo mucho que hagáis en ello lo que devéis y hariedes en mi persona". Con el deseo de ver a su esposa y a su nueva hija, Carlos I regresó a Madrid. Más tarde, en julio de 1529, se embarcó a Génova, obligado por los asuntos europeos y el problema de las doctrinas luteranas, dejó encargada del gobierno a la Emperatriz, con el asesoramiento de los Consejos de Estado y Guerra.

La primera infancia de Felipe transcurrió en su Corte, bajo la vigilancia de su madre y de sus damas; en especial Leonor Mascareñas e Inés Manrique, encargadas de su crianza. De todos modos, eran cuarenta el número de damas y damitas de la Emperatriz y había más de setenta jóvenes y niños en la Corte y, por lo tanto, en el entorno de Felipe. La educación y crianza inicial del Príncipe era a la portuguesa, incluso en las cosas más íntimas, como el tipo y la forma de comer. La emperatriz tenía cierta severidad con su hijo y no vacilaba en aplicarle un castigo cuando desobedecía las prescripciones del doctor Villalobos y se negaba a comer o ejecutar los ejercicios indicados. En contraposición, las exigencias formativas eran pequeñas y, bajo la tutela de su madre hasta 1535, no se le enseña a leer ni a escribir.

Durante la ausencia del Emperador, que duraría tres años, la Corte andaba trashumante, de pueblo en pueblo, no por motivos políticos, sino dependiendo del estado de salud y la higiene de las distintas poblaciones y según la estación y el clima. La Emperatriz regente deambulaba con sus hijos, para huir de las ciudades infectadas por epidemias, que tan importantes fueron en España durante el siglo XVI, motivadas por el crecimiento, el hacinamiento y la falta de medidas sanitarias. Así, anduvieron por distintos lugares de la región central de la Península: Toledo, Madrid, Aranjuez, Ocaña, Ávila, Medina del Campo y Segovia. La Emperatriz estaba embarazada de su tercer hijo y durante la gestación tuvo varios episodios de fiebre, catalogados como reumáticos, según la relación que hacen los antes citados médicos de Cámara. Después de una estancia en Toledo, ciudad en la que se agravó la fiebre de doña Isabel, el 5 de abril de 1529 se instalaron de nuevo en Madrid donde, en octubre de 1529, la Emperatriz dio a luz a su tercer hijo, el Infante Fernando. Durante este año, la salud de Felipe es buena y el niño se desarrolla con entera normalidad, como se sabe a través de las cartas enviadas por doña Isabel a su esposo.

El emperador sigue por Europa. Desde Génova fue a Plasencia y Módena y después a Bolonia, donde recibió la corona de manos del propio Papa. El 5 de agosto de 1529, después de las victorias de los ejércitos imperiales, se firmó la paz a petición de Francisco I de Francia, en la ciudad de Cambray y que se llamó "de las Damas", por ser acordada por la madre del rey de Francia y la tía del emperador, Margarita de Austria. En mayo de 1530, se accedió al rescate de los infantes de Francia, que fueron enviados a su patria, acompañando a la Infanta Leonor, la cual fue a tomar posesión del trono francés, ratificando su matrimonio con el rey de Francia.

A los pocos meses de su nacimiento, en julio de 1530, falleció el Infante Fernando, al que el emperador no llegó a conocer. En estos días la emperatriz volvió a padecer tercianas o paludismo. Esta recaída le duró hasta septiembre, según le escribe el embajador húngaro a su rey (véase a M.T. Oliveros: Felipe II. Estudio médico-histórico, 1956). Por esa época corrían por España varias epidemias de bubas, difteria, viruela, disentería y tifoideas, que los cronistas califican con el nombre genérico de peste. Estas enfermedades respetaron a los niños de la casa real; no obstante, el Príncipe tuvo una indisposición ligera en el otoño, catalogada de modorra (gripe), antes de salir de Madrid. En cuanto remitió salieron para la sana villa de Ocaña. En 1530, doña Leonor de Castro, marquesa de Lombay, que estaba con la Corte, da noticias de Felipe, que tenía tres años de edad, en una carta al Emperador: "De salud está buena (la emperatriz) y también el Príncipe [?]. Anda muy sano y bueno, siempre pidiendo si le ha enviado V. Maj. caballos o mulas o brincos [?]. La infanta (María) anda mal dispuesta de las muelas que le nacen, porque con nacerle tarde danle mucha pena; más Dios sea loado, no tiene calentura".

Durante el año 1531, el Emperador estuvo en Flandes, Bruselas, Malinas, Amberes y Gante. Durante este año, don Pedro González de Mendoza, hace las veces de ayo del príncipe, y se sabe era muy austero y riguroso. En el intervalo entre 1531 y 1535, él y Estefanía de Requeséns siguen muy de cerca la salud, educación y juegos del Príncipe, por lo que las relaciones y cartas de ellos son los documentos más importantes que hacen referencia a la salud de Felipe. Don Pedro escribe una serie de cartas al Emperador, recopiladas por J.M. March ( Niñez y juventud de Felipe II, 1941), importantes para juzgar la salud, inteligencia y educación de Felipe. También la Emperatriz informaba en sus cartas a su esposo sobre el reino y la salud de Príncipe (léase a M.C. Mazario: Isabel de Portugal, 1951). De las cartas de González de Mendoza al Emperador se deduce que Felipe era un niño completamente normal, listo, perspicaz, reflexivo, observador, enérgico, de inclinaciones nobles; pero también travieso. A su vez, se reflejan indisposiciones de salud, propias de los niños de esta edad.

De Ocaña salieron por el norte de Toledo a Illescas y, desde allí, don Pedro escribe otra de esas cartas, con fecha 20 de mayo, por la que sabemos que el Príncipe aprendió a montar en mula, lo que causó la curiosidad, hilaridad y simpatía de todo el vecindario, y que la emperatriz estaba mejor. Desde Illescas se fueron a Ávila, donde permanecieron desde mayo hasta octubre. En esta ciudad tuvo lugar la ceremonia de poner de largo al Príncipe. Su madre la Emperatriz se lo ofreció al Señor en el templo, y lo mostró a las cortesanas y al pueblo, "... cambiadas las faldetas de niño por los primeros gregüesquillos de muchacho". El 29 de septiembre se encaminó la Corte a Medina del Campo, y allí se establecieron de 1531 a 1532. Según Antonio de Guevara, capellán y predicador de la Corte, y a través de sus cartas, en las que hace descripciones humorísticas, sabemos que todos andaban bien de salud: "... libres de cuartanas, tercianas, nacidos y otras enfermedades corporales; que no les faltaron en cuaresma pescados que comer y pecados que confesar". Por otras de sus cartas sabemos que la Emperatriz era enfermiza, y rebuscada e inapetente con las comidas. De estas cartas y otros autores resulta indudable que el Príncipe continuaba con salud satisfactoria y que la reina, por el contrario, se sentía achacosa y endeble, por lo que, temerosa de su porvenir, enseña a Felipe los principios religiosos y lo hace con la rigidez del carácter que le caracteriza y la severidad propia de los métodos pedagógicos al uso. La Emperatriz procura inculcarle la idea de la dignidad para la cual había nacido, exigiendo que todos le tratasen con respeto y consideración debidos al heredero del "... más grande Emperador que la cristiandad hubo jamás visto". Mientras tanto, una gran parte del año 1532, el Emperador residió en Ratisbona, preocupado por el avance turco, que invadió Hungría y se aproximaba a Viena, por lo que escribió a su esposa pidiéndole dinero para los ejércitos. Con este motivo, la Emperatriz reunió las Cortes, en las que también se hizo una petición curiosa, la de que los médicos recetasen en romance (castellano) y no en latín. Con la aportación conseguida, Carlos I organizó un ejército de 100.000 hombres, y consiguió ahuyentar a los turcos. Después, en septiembre, el monarca entró en Viena y, desde allí, se trasladó a Italia, al inicio de 1533, donde conferenció con Clemente VII y otros príncipes, constituyéndose una Liga contra los turcos. Asegurada la defensa contra los musulmanes, el emperador anunció su regreso a España, en los primeros meses de 1533, y pidió a su esposa que se adelantase a recibirle en Barcelona con sus dos hijos. En esta ciudad permaneció la familia real durante un mes y se marcharon a continuación a Monzón para desarrollar Cortes. Allí la emperatriz enfermó gravemente; según Villalobos, de tercianas, pero con toda probabilidad se trataba de una recaída de paludismo, por lo que de nuevo regresó a Barcelona y pasó la convalecencia en Matreros. En agosto de 1533 se fueron de esta villa a Monzón, ciudad en la que residieron hasta diciembre, mes en el que se fueron a Zaragoza, para evitar una epidemia de viruelas y sarampión, según recoge una carta de Estefanía de Requeséns. El 17 de enero de 1534 salen para Toledo. El 1 de febrero llegaron a Alcalá, donde se encontraba muy enfermo Alonso de Fonseca, a quien la emperatriz llamaba padre, había bautizado a Felipe, ayudado con sus recursos al emperador y merece figurar entre los grandes bienhechores de toda España. Los emperadores asistieron a su muerte.