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Joaquín Rábago.

Un gabinete sin escrúpulos

El primer ministro británico, Boris Johnson, no parece tener demasiados escrúpulos a la hora de forzar un Brexit que no quiere cerca de la mitad de los ciudadanos y en cuyas consecuencias para el futuro del país ni él mismo se ha parado a pensar. Graves consecuencias no ya solo económicas, sino también políticas, y de enorme calado, como podría ser la decisión de Escocia de abandonar la Unión y la posibilidad también, aunque algo más remota, de que los norirlandeses siguieran su ejemplo.

Pero Johnson, un político de ambición desmedida, al que, al igual que al presidente de EE UU, Donald Trump, parece importarle poco, sino más bien todo lo contrario, polarizar y dividir a sus conciudadanos con tal de conseguir sus objetivos, ha sabido rodearse de políticos tan fieles como ultras. Políticos como el ministro de Exteriores, Dominic Raab, que todavía no ha pedido disculpas por la afirmación que hizo en 2011 de que "las feministas están entre los fanáticos más odiosos " y que pretende que las escuelas públicas arrojen beneficios.

O el nuevo canciller del Exchequer (Finanzas), Sajid Javid, ex director gerente del Deutsche Bank, donde hizo una fortuna vendiendo dudosos productos financieros, y que, con algunas de las medidas que tomó al frente de la entidad, contribuyó a la crisis financiera de 2008.

¿Y qué decir de la nueva ministra del Interior, Priti Patel, exlobista de las industrias del tabaco y del alcohol, y extitular de Desarrollo Internacional a la que tuvo que despedir la ex primera ministra Theresa May, después de que trascendiese que había mantenido entrevistas con altos funcionarios del Gobierno israelí y visitado los Altos del Golán sin informar a su Gobierno?

¿O del nuevo ministro sin cartera, Michael Gove, extitular de Educación que luchó a favor de independizar las escuelas del sistema público, convirtiéndolas en autónomas, y que obligó a enviar a todos los centros escolares del Reino Unido un ejemplar de la Biblia del rey Jacobo encuadernada en cuero?

Sin olvidar a Jacob Rees-Mogg, nuevo líder de los Comunes, un católico ultra opuesto a los matrimonios homosexuales y al aborto incluso en los casos de violación, pero que, según han informado los medios, tiene una importante participación en una empresa que fabrica la píldora del día después.

Un cínico, ese político de victoriana mentalidad que parece siempre recién salido de una sastrería de la londinense Saville Row, y que declaró en cierta ocasión que la existencia de "bancos de alimentos " en el Reino Unido solo demostraba "lo compasivo" que es el país. O Esther McVey, la nueva ministra de la Vivienda y Planificación, exmeteoróloga de televisión, que reclamó al erario público cerca de 9.000 libras esterlinas para contratar a un fotógrafo personal con el argumento de que los políticos de hoy tienen que tener "una presencia visual" para servir a los ciudadanos..

Tenemos también a la titular de Comercio, Liz Truss, relacionada con instituciones ultraconservadoras de EE UU como la Heritage Foundation, y adalid de empresas tan polémicas como Deliveroo o Uber, a cuyos trabajadores califica de freedom fighters ('luchadores por la libertad') y que en cierta ocasión se quejó de que los obreros británicos fuesen unos vagos.

Y a Andrea Leadson, ministra de Empresa, opuesta como Rees-Mogg a los matrimonios homosexuales, y que, cuando compitió con Theresa May por el liderazgo tory, llegó a decir que como madre que era tenía más interés en el futuro de la nación que una mujer sin hijos como su rival.

Así que nada de equilibrios en el gabinete como el que con tanta paciencia como torpeza intentó su predecesora. BoJo, como se le conoce, no quiere tibios en su Gobierno, sino incondicionales dispuestos a llegar con él al borde del precipicio y lanzarse, si hace falta, al vacío. Al biógrafo de Winston Churchill y nostálgico del Imperio no parece asustarle siquiera el tener que enfrentarse a un voto de confianza en el Parlamento y, con casi total seguridad, perderlo. Su plan consistiría en no dimitir, sino convocar nuevas elecciones, presentándose en la campaña como víctima de quienes trataron de contrariar la voluntad de los ciudadanos.

Para mientras tanto, es decir antes de la nueva convocatoria electoral, cumplir su promesa de sacar al país de la UE el 31 de octubre aunque sea sin acuerdo con Bruselas y sin disponer tampoco de una mayoría favorable en los Comunes.

Esto último exigiría suspender el Parlamento y sería un claro atentado contra la democracia y la Constitución no escrita del Reino Unido. Lo que, según algunos, daría lugar a una gravísima crisis política que podría obligar a intervenir a la propia Isabel II. Todo por la ambición desmedida de un político que no tiene que envidiar a Donald Trump.

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