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Antonio Rico

Las sandalias de Tutankamón

El faraón Tutankamón es uno de esos personajes que, como Elvis Presley, seguirá proporcionando material para documentales incluso más allá de que se agote el inagotable filón de los extraterrestres. Y, como ocurre con Elvis Presley, con Tutankamón vale todo porque basta con colocar la palabra "misterio" para que cualquier "egiptólogo" pueda largar las teorías más chifladas sin que los convencidos de que Elvis no está muerto se echen las manos a la cabeza. No es el caso de "Los tesoros de Tutankamón" (National Geographic), una serie documental que bucea con sentido y sensibilidad (y con el inevitable punto de audacia) en los objetos que se amontonaban en la tumba del faraón y que hoy están custodiados en el Gran Museo Egipcio de El Cairo. ¿Por qué gran parte de los objetos de la tumba de Tutankamón eran de segunda mano? ¿Estaba uno de los ataúdes de Tutankamón destinado para otra persona? Interesantes preguntas. Pero ninguna tan fascinante como esta: ¿las preciosas sandalias del faraón siguen siendo sandalias cuando solo pueden ser tocadas por expertos con guantes blancos y están guardadas en cajones en unas condiciones que podrían satisfacer hasta a un Sheldon Cooper en un mal día?

Decía Aristóteles que las cosas se definen por sus obras o facultades, de forma que cuando dejan de ser lo que eran no se debe decir que son las mismas cosas, sino que tienen el mismo nombre. Una mano muerta, por ejemplo, ya no es una mano, aunque le demos ese nombre. El filósofo Kant cita en su ensayo sobre lo bello y lo sublime a Cromwell, para quien la circunspección es una virtud de alcalde; pero si Cromwell hubiera visto el vergonzoso espectáculo de tanto alcalde desatado después de alcanzar el sillón y contemplado a los egiptólogos que estudian las sandalias de Tutankamón, estoy seguro de que habría dicho que la circunspección es una virtud de egiptólogo. Las sandalias de Tutankamón ya no son sandalias, ni tienen la función que desempeñaban en la tumba del faraón. De esas sandalias solo queda el nombre y la circunspección del egiptólogo. Por eso necesitamos a Mary Beard, la gran historiadora británica, que es capaz de hacer que las sandalias de Tutankamón vuelvan a ser sandalias y que huye de la circunspección como Ronaldo en vacaciones huye de la poesía.

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