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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

La cortesía

A día de hoy debería extrañar poco que la dinámica política de este país alcance también a las formas y se lleve por delante reglas habituales de la cortesía. Y si no hubiere ya pruebas bastantes en la dialéctica que se emplea en las polémicas e incluso en los debates, ahí queda el rifirrafe entre el presidente de la Xunta y la portavoz del Gobierno central después de que un par de ministras visitasen Galicia sin tomarse la molestia de informar comm'il faut al Ejecutivo autonómico. No es, en verdad, cuestión que cause graves dolores de cabeza, pero alguna molestia sí. E incordia.

(Lo peor del asunto -lo malo es el deterioro de las relaciones institucionales que provoca como daño colateral- es que dinamiza la aparición de los oportunistas, e incluso de los que no hace mucho se conocían como "tontos útiles", que buscan el modo de aprovechar la melée para ocupar espacio mediático. Y por lo que se ve, este Reino tiene abundancia de ese género incluso entre quienes deben mostrar la virtud pública llamada cortesía por respeto entre instituciones democráticas. O al menos demostrar la prudencia que se les supone y actuar con seriedad.)

Pese a todo, la cuestión sorprende. Por una parte a quienes opinan que por su levedad no debería causar polémica e incluso a los que consideran ese ruído "propio del oficio". Por otra, seguramente, a los muchos más que entienden que las formas -tiempo atrás se conocían como buena educación- son importantes en el sistema y ven con desagrado que la que se practica aquí ya no tiene en cuenta ni eso. Claro que, vistos los precedentes de todo tipo que se acumulan en estos años, lo raro es que insultos y descalificaciones no hayan pasado a mayores. Por suerte.

En este punto, quizá no estorbe otra reflexión, tan respetuosa como las demás, dirigida al señor presidente Feijóo. Porque, al menos en opinión de quien escribe, no debería considerarse despreciado, y mucho menos agraviado, por la actitud de las dos ministras, ni de sus juglares aquí. Aunque solo fuere por lo que dicen el refrán, y ahora es exacto, de que no ofende quien quiere sino quien puede. Y, segundo, porque hay veces en que casi nada es mejor que los hechos hablen por sí mismos, y en este Gobierno lo hacen -hablar- tan mal que incluye faltas de ortografía en sus expresiones orales. Algo especialmente temible para la educación española teniendo en cuenta que su responsable es una de ellas.

La moraleja de este asunto debiera resultar obvia apelando, y quizá sea ya demasiado, a otro refrán: en boca cerrada no entran moscas. Aplicable sobre todo a quienes desprecian tanto lo que, en su ignorancia, entienden por "anticuado" o por "manía conservadora", la cortesía institucional, cuanto a los que caen en la trampa que les tienden los/as bocazas. Y conste que no se defiende aquí lo de poner la otra mejilla o responder como el santo Job a las provocaciones, pero sí medir bien las respuestas, aunque solo sea para no convertir en dragones a las lagartijas.

¿Eh?

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