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Olga Seco Seco.

La goleta de Bernard Tapie

Los navegantes son similares a los poetas, junto a los espejismos (en ocasiones) la esperanza se hace la muerta. Recibiendo el viento por proa; me dispongo a fondear en Ibiza y Formentera.

Los recuerdos son fragancia de flor sumergida en agua, útiles o inútiles, están ahí. Y sirven para descubrir que la felicidad eterna es engaño sumergido en el mar y ahogado por el tiempo. Llegué a Baleares muy joven, en aquella época todo era voluntad de descubrimiento, mis pensamientos eran la voz silenciosa del asombro, y en casi todo veía voluntad de enseñanza. Arrastrada por la misma, hablaba con unos y con otros, buscando los fines justos que da la vivencia bien aprovechada: el aprendizaje. Dicho lo dicho, voy a lo que quiero decir (sonrío).

Una mañana, por casualidad, conocí a Bernard Tapie. Evidentemente, no tenía ni idea de quién era; supongo que el desinteresado amor por la vivencia (a veces) nos recompensa así. Me pareció un hombre agradable, desde el principio (la verdad) sentí la sensación de "libro con mucho contenido". Bernard era un enamorado de Ibiza y Formentera, y durante tiempo iba a las islas con su "amado". No, no era otro caballero, les hablo de El Phocea. Sí, era impresionante, imagínense una goleta de cuatro palos de 74 metros de eslora. En aquella época se decía que "era el mayor yate de vela del mundo". Tengo amigos pasando sus vacaciones en Ibiza y Formentera, me hablan de "los pedazo yates que ahí por las islas", entiendo su estupefacción pero créanme que desde que conocí El Phocea ninguna embarcación me llama la atención. Me emociono, y mucho, al devolverle a mis ojos el horizonte que en su momento vieron... Junto a la brisa del atardecer, y navegando en una goleta, el cielo se convierte en rueda y la poesía se vuelve quisquillosa.

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