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Joaquín Rábago.

Políticos incapaces

Resulta difícil escribir de lo sucedido una vez más en el Congreso español sin caer en la desesperación o en el cinismo: ¿qué hemos hecho los ciudadanos para merecer esto, para merecernos tal clase política?

¿Está en el ADN de esos políticos la incapacidad para la negociación, para el diálogo, para empatizar con el otro y realizar un esfuerzo de síntesis entre posiciones no coincidentes para seguir avanzando? ¿Solo cabe el todo o nada? ¿Solo la victoria o la derrota?

¡Qué penoso espectáculo dieron el jueves la mayoría de sus señorías! Qué penoso espectáculo del que, del presidente en funciones para abajo, solo pocos se salvaron: entre ellos, los portavoces de dos fuerzas nacionalistas, el PNV y Esquerra Republicana.

El más penoso de todos, sin duda, el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, repitiendo machaconamente como un disco rayado eso de "banda" para referirse al PSOE de Pedro Sánchez, a los nacionalistas y a "la izquierda bolivariana" de Podemos.

¿Le han dicho acaso sus asesores que el insulto al rival es lo que mejor funciona en un país dominado por el ruido de las tertulias políticas? ¿Es el nivel de argumentación que cabe esperar de una derecha que presume de centrista, liberal y moderna?

Mucho más suave en las formas, el presidente del PP, Pablo Casado, que, a diferencia de aquel, parece haber abandonado el radicalismo verbal de la pasada campaña, habló de "ensanchar el espacio central de la moderación para "reencontrarnos" con el PSOE.

Parecen echar de menos efectivamente los populares aquellos tiempos felices en los que dos partidos mayoritarios se alternaban en el Gobierno de la nación, tiempos que seguramente ya no volverán, como no han vuelto en otros países de nuestro entorno, en los que también ha crecido la polarización.

Y ¿qué decir sobre todo de los dos partidos inicialmente llamados a entenderse, pero incapaces en ochenta días de sentarse a negociar seriamente un programa de gobierno por la soberbia de unos y la intransigencia de los otros?

Está claro que se trata de dos izquierdas que divergen una de otra en lo ideológico, pero sobre todo en lo económico: el centro-izquierda socialdemócrata de Pedro Sánchez y la izquierda más populista o radical, según se quiera etiquetarla, de Unidas Podemos.

Y está claro también que muchos, al menos en la dirección del PSOE, se habrían sentido seguramente más cómodos en alianza con un partido liberal como Ciudadanos porque daría más seguridad a eso que llamamos "los mercados" y que parecen ser quienes en verdad nos gobiernan.

Pero no es, sin embargo, lo que parecían desear la mayoría de sus votantes. ¿No gritaron muchos el día de la victoria electoral ante la sede del PSOE aquello de "con Rivera, no". Y además ¿cómo iban los de Rivera a aliarse con una "banda" que, según ellos, solo quiere romper España?

Dados los números de escaños conseguidos por unos y otros, solo había, pues, una salida: la negociación paciente de un programa común de gobierno, que no simple pacto de investidura, que tuviese en cuenta la fuerza relativa aproximada de cada uno.

Un programa de gobierno que fuese un poco como la síntesis de las propuestas de ambos. Pero un programa así no puede negociarse en ningún caso desde el rencor y la desconfianza mutua, sino que hace falta empatía y transparencia, algo que parece haber faltado en todo momento entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.

Hay que darle la razón esta vez al portavoz de Esquerra Republicana, Gabriel Rufián, cuando en el segundo debate de investidura acusó a los líderes de esos dos partidos de haber contribuido una vez más con su "intransigencia" a la "derrota" de la izquierda, una "derrota" que dijo llevar ésta en su ADN.

Iglesias y Sánchez o Sánchez e Iglesias, que tanto monta, han vuelto con su inmadurez y su soberbia a defraudar a quienes les votaron. ¿Es esa la clase política que nos merecemos?

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