Alguien en el edificio sembraba el felpudo de nuestra entrada con sal y con arroz. Cada mañana pisábamos esa especie de gravilla disgregada de camino al colegio o al trabajo. Se pegaba a las suelas e íbamos dejando un rastro por la acera, caminando dificultosamente. Un día descubrí a una señora a través de la mirilla. Me sentí como James Stewart en La ventana indiscreta. Comprobé el modus operandi de la vecina gamberra: se parapetaba en el tercer escalón, superado el rellano de nuestra planta, y arrojaba los condimentos que traía de casa a la estera, con una precisión admirable. La sal y el arroz caían con plomo, como una tromba de granizo durante esos temporales virulentos de verano. Era una interpretación particular de la costumbre de ofrecer sal a los vecinos. Parte de los granos se infiltraban entre las cerdas del felpudo marrón; parecían caspa, o nieve. La señora levantó la vista, creo que para terminar la faena con un "¡jódete, carallo!" dicho para sí, y distinguió un juego de sombras tras la mirilla. Descubierta por un niño, aunque ella no lo supiera, perdió la inocencia aquella mañana, y yo maduré.

Los tabiques separan lo justo y en algunos casos ni las paredes más gruesas ni las distancias más largas serían suficientes. La convivencia nos pone en general nerviosos, y a ciertas personas las saca de quicio la vida en sociedad. Por supuesto hay excepciones hermosas, como sucedió en Lucca (Italia) con el trompetista Chet Baker. El músico de jazz estuvo 16 meses en la prisión de la localidad después de ser detenido por escándalo público, por su adicción a las drogas. Cada día cientos de personas se congregaban en el exterior para escuchar el sonido de su trompeta que salía de la cárcel. Los vecinos consiguieron colar un instrumento en la prisión y el alcaide, como recordaba la revista Esquire en octubre de 2017, no tuvo más remedio que autorizar a Baker ensayar por las tardes.

Frente a estas acciones honrosas, contadas, la vecindad puede convertir en casus belli cualquier estupidez. En Galicia conocemos el riesgo que entraña mover las lindes aunque sea sin intención o apenas un milímetro, o quizá especialmente si se trata sólo de un cambio sutil que resulta imperceptible para cualquiera mientras representa un oprobio para un determinado vecino. Los juzgados han dirimido desde hace décadas multitud de pleitos irreflexivos, crímenes incluso, por las disputas de terreno o los desplazamientos de los marcos en parcelas de escaso valor. Una tragicomedia de nuestra cultura popular.

Tampoco llevamos del todo bien el hecho de compartir nuestras vidas en edificios con 30 o 40 viviendas a mayores de la nuestra. Hace unos años, dos vecinos se cruzaron en un juicio de faltas en Ourense. Uno denunció al residente de al lado porque, según su encendida versión ante el juez, el humo de sus cigarrillos atravesaba la pared y convertía su salón en un lugar irrespirable. En abril de este año, una mujer fue a juicio en la ciudad por amenazar a sus vecinos, en las escaleras, con una pistola de juguete. En la magnífica serie 'Hierro' (Movistar), a la magistrada que interpreta Candela Peña no le cabe en la cabeza que una absurda fricción entre vecinos por la romería de La Bajada de la Virgen de los Reyes, que se celebra el primer sábado de julio cada cuatro años, llegue al extremo de un pleito en el juzgado.

En mi actual edificio, la asesoría coloca carteles a menudo. Han advertido varias veces de que las mascotas no pueden estar sueltas. En el piso de abajo viven dos parejas que dejan a sus perros en el balcón. Ayer se pusieron locos con los fuegos de las fiestas del barrio. Mi gato está castigado y ya no puede salir al rellano, como querría, a maullar y jugar a las carreras. El aviso ha debido de causar mucho impacto en el mundo animal, porque ni el nido de velutinas que pretendía quedarse para siempre el verano pasado ha vuelto este año.

El ascensor es un escenario de contradicciones. Propicia los cara a cara que, en la práctica, se resuelven sacando las llaves, o mirando el móvil sin tener cobertura ,o ganando tiempo con el reflejo de uno mismo en el espejo. A veces, claro, se habla de que va a llover. Sirve para dejar en una bolsa prendas o toallas que se caen del tendedero por el patio de luces. Pero, sobre todo, son el principal tablón de anuncios del edificio. Por escrito y desde el anonimato es como fluye mejor la comunicación entre los vecinos; es la red social de los compañeros de inmueble enemistados. También hay haters y trolls.

Hace unos meses, alguien acusaba al dueño de un coche blanco por una serie de manchas de aceite en el garaje. Con frecuencia hay quien completa a bolígrafo las advertencias de la asesoría, con un estilo menos burocrático pero más directo: con un "cerdo" o un "maleducados" sobre todo. A veces nos encontramos mensajes con una profunda carga emocional, con dosis de humor incluidas. Esta semana, un folio manuscrito explicaba en mayúsculas: "A la salida del sótano -1 he colocado unas servilletas porque hay dos charcos de agua que casi hacen que me rompa de nuevo otra pierna, o la misma, y os aseguro que no es nada agradable este proceso. El líquido, que no sé si es agua, está a la salida de los ascensores. Por favor, cuando a alguien le caiga algo que lo limpie para evitar posibles accidentes, como mi caída de hoy". Cosas de la vida en vecindad.