Raymond Aron escribió que una persona sin ambición puede ser periodista o politólogo, pero en ningún caso político, y que no obstante es preciso contener esa ambición dentro de unos límites. Los españoles están siendo muy generosos y permisivos con las ambiciones de la clase política. Han soportado estoicamente la bronca permanente de la legislatura anterior y una campaña electoral anodina, acudieron religiosamente a las urnas y distribuyeron el voto sentando en los escaños al mayor número de partidos. Los políticos, que ya estaban prevenidos por las encuestas de los distintos escenarios posibles, se tomaron el tiempo que quisieron para conversar sobre el gobierno y la agenda de los próximos años. Cerraron el debate de investidura, que transcurrió de manera anómala de principio a fin, sumiendo al país en una situación cuya gravedad no cabe ocultar.

Entre reproches, denuestos y aplausos sin sentido, ninguno se responsabilizó ni ofreció, al menos, una explicación creíble del gran fiasco. Ha fracasado un candidato y ha fallado una clase política entera. Produce asombro que unas pequeñas diferencias sobre una política o un ministerio pudieran dar al traste con la negociación y malograr la posibilidad de un gobierno de coalición y de izquierdas, que al margen de sus aciertos habría venido a enriquecer nuestra experiencia política. No parece que el acuerdo llegara a estar cerca, salvo en las horas finales de la investidura, pero tampoco están claras las razones de la ruptura. Había fuertes discrepancias, un exceso de desconfianza, una disputa de poder enconada, mala gestión del tiempo y de las relaciones con la opinión pública, porque los españoles no hemos sido tratados como ciudadanos respetados, y aun así uno no acaba de identificar la última y verdadera causa de este desastre, que vuelve a producirse.

En la sesión de anteayer, algunos portavoces se mostraban igualmente perplejos. Y, sin embargo, comprender lo sucedido es el paso previo a calibrar las posibilidades de formar gobierno antes de otra convocatoria electoral. Esta debiera ser en las semanas que siguen la principal ocupación de los partidos políticos. Acentúo el tono grave al definir la situación porque España, hasta cierto punto de forma inesperada, se ha sumido en una profunda crisis política y la celebración de nuevas elecciones, con el ritmo de trabajo de los políticos, podría demorar la formación del gobierno hasta el nuevo año. A los desafíos que se acumulan en la mente de todos, se suma el problema de la gobernabilidad de una sociedad políticamente embarullada y enfrentada.

El debate de investidura, descentrado e infructuoso, ha sido algo más que un incidente político rutinario. Ciertamente, el panorama no invita al optimismo. La presencia del PSOE es inevitable en cualquier intento de formar gobierno, pero ya no hay una fórmula con grandes posibilidades. Los socialistas designaron a Podemos socio preferente, pero es dudoso que lo sigan considerando así. La negociación ha dejado entre ambos tierra quemada y necesitarán que pase un tiempo para volver a hablar del gobierno. La pretensión de Pedro Sánchez de gobernar con la izquierda gracias a la abstención de la derecha está en vía muerta. Y es muy improbable que realice una oferta a los partidos de la derecha, sobre todo después del debate. Ciudadanos está centrado en sus propios objetivos. Albert Rivera lo está convirtiendo en un partido inútil, pero solo cambiará de estrategia cuando las encuestas le avisen de una pérdida de apoyo electoral. Por su parte, tampoco tiene visos de prosperar el ofrecimiento del PP para firmar acuerdos en torno a los grandes asuntos de estado y librar al PSOE de una incómoda dependencia de los independentistas, en particular en todo lo relacionado con la cuestión catalana.

La insinuación hecha por Pablo Casado antes de votar en contra de Pedro Sánchez no hizo pensar a nadie en un gobierno de gran coalición, que es rechazado por los dos partidos. Lo que el líder conservador estaba proponiendo al candidato socialista era una alianza política para retornar a la dinámica bipartidista. La situación es difícil. Podemos ha desaprovechado la oportunidad de formar parte de un gobierno de izquierdas, la máxima cota de poder a la que puede aspirar en el sistema pluripartidista de la política española actual. Sus diputados han cortado el paso a un candidato socialista por segunda vez y la distancia entre ambos partidos ha crecido. Esto llevará al PSOE a centrarse en la meta de ampliar su mayoría parlamentaria. En resumen, los partidos descartan pactos de gobierno con un adversario del otro bloque y la rivalidad en el interior de cada espacio electoral les crea enormes dificultades a la hora de negociar con los más afines. Pasan las elecciones y los partidos españoles siguen con una actitud competitiva.

Durante el mes de agosto analizarán la respuesta de los españoles a este nuevo gran fiasco. Será un ir y venir constante de proyecciones electorales. Aunque ellos disimulen, las encuestas tienen poderosos efectos disuasorios sobre los políticos. Y, al fin, acabamos de ver que en la política española actual puede ocurrir algo inverosímil. ¿Por qué no va a pasar otra vez en septiembre?