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Daniel Capó FdV

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

Renglones torcidos

El retorno de las naciones se escribe con reglones torcidos, algunos sorprendentes. Es el caso de Boris Johnson, nuevo primer ministro del Reino Unido, al que -sea o no cierto- ya saludan como el Trump británico. El gran temor de Europa no es al brexit, sino a la posibilidad de que salga bien a medio plazo y no constituya una catástrofe. El miedo frenaba a May, que buscaba un pacto racional con las autoridades de Bruselas; es la ausencia de miedo, en cambio, lo que enardece la retórica inflamada de Johnson. Un brexit exitoso -insisto, a unos años vista- ¿no alimentaría la pesadilla de un continente otra vez fragmentado, que marcha a distintas velocidades y persigue objetivos diversos? Una Italia fuera del euro que quisiera impulsar sus exportaciones gracias a una lira devaluada; una Alemania que, junto a su zona de influencia -Suecia y Dinamarca, Austria y Holanda-, se cansara de pagar la cuenta a los vecinos del sur; una Europa del Este que, una vez más, solicitase protección y amparo a Rusia... Dicho de otro modo, el temor al brexit es a su viabilidad, que dinamitaría -en caso de confirmarse- el articulado y los dogmas de la globalización. Es el mismo miedo que se tiene a Donald Trump y que no se soluciona con risas histéricas.

A nuestros ojos hay algo profundamente perturbador en la figura de Boris Johnson: sus formas asilvestradas y su exquisita cultura clásica de old boy etoniano, su discurso antiinmigración y su admiración por Churchill, sus citas de Shakespeare y su retórica populista, su sesgado nacionalismo y su defensa de las clases medias. Resulta perturbador porque todos habíamos asumido la lentitud burocrática de la política y olvidado sus recurrentes aceleraciones, su gramática pasional. Johnson ha asegurado que el próximo 31 de octubre el Reino Unido dejará Europa "sea como sea", lo cual significa a cualquier precio.

A costa -pongamos por caso- de la integridad territorial de su país -ahora que la amenaza escocesa vuelve a reactivarse- o de una caída del PIB que el Banco de Inglaterra ha cifrado en el 8 %. Y, sin embargo, persiste una pregunta que haríamos mal en desdeñar: ¿y si, a pesar de todo, Londres continúa siendo una ciudad referente? ¿Y si el Reino Unido se convierte en una especie de Singapur del Atlántico ejerciendo de puente comercial entre América del Norte, la UE y las antiguas colonias británicas? ¿Y si los esteroides presupuestarios que combinan fuertes inversiones con recortes de impuestos logran mantener en pie la economía del país? Y si...

Ese hipotético condicional -por poco plausible que parezca- recorre la política europea: ¿qué sucedería si Londres saliese airosa de su desafío a Bruselas? ¿Qué mensaje lanzaría a la ciudadanía de la UE? ¿Cómo afectaría a la moneda única y a los programas comunitarios? ¿Y cómo se traduciría en los mensajes de los distintos partidos a medio plazo? Se trata de un escenario improbable pero no imposible, como tantos otros en la historia.

Los fustes torcidos de la humanidad nos definen más que los caminos rectos o las propuestas racionales. "El que se mueve no sale en la foto", sostuvo en una ocasión Alfonso Guerra. Pero, al final, a veces el que se mueve es el que sale ganando. Contra todo pronóstico. Esa es la apuesta de Boris Johnson, nuevo primer ministro de la Gran Bretaña, un político excéntrico y estrambótico. Y es el gran miedo de Europa en un mundo sin guía ni freno.

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