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Juan Gaitán

El azar

Siempre he tenido una cierta prevención con las máquinas, con la tecnología, con sus avances y sus comodidades. La ciencia no es un universo hospitalario para mí, será porque nunca entré del todo en sus arcanos y porque desde niño, desde tan niño, me quedé prendado de las letras, quizás desde aquel primer romance que supe decir: "Abenámar, Abenámar/ moro de la morería/ el día que tú naciste/ grandes señales había", y que no he olvidado, que no podré olvidar jamás.

Las máquinas siempre han sido para mí a veces unas intrusas y a veces una enojosa complicación, algo que me desbarata la cadencia un tanto apresurada del pensamiento. Pocas veces las he visto como aliadas, pero puede que tenga que cambiar de idea, ahora que la versión más humanizada del robot se acerca a nuestras vidas y empiezo a sospechar que mi vejez será tutelada por un cacharro que dirigirá mis días, mis horarios, mi medicación y mis secretos.

Así que a modo de entrenamiento, de un tiempo a esta parte, mientras escribo, dejo que sea el ordenador quien elija la música que escucho. Pongo la opción "aleatoria" y de los cientos, quizás miles de discos que tengo almacenados en su oscuro vientre cibernético, comienzan a salir canciones. La cuestión, sin embargo, es peliaguda, porque las más de las veces el maldito trasto parece que me entiende, que percibe mi estado de ánimo y me da lo que me hace falta, la dulzura de Hellen Merrill cantando "Don't explain", la inigualable armonía de J.J. Cale en "Magnolia", o la exactitud maravillosa de Miles Davis en "blue in green".

Otras parece que quiere contrariarme y me ofrece lo que me exaspera, porque mi ánimo tal vez está esa mañana un poco melancólico y de pronto empieza el aparatejo a soltarme dosis letales de una alegría insufrible, desesperante, insoportable, y sin embargo, por seguir el juego, no elimino la elección "aleatoria" y me aguanto, contrariado, pero me aguanto.

Y hago esto así porque, en realidad, siempre me gustó dejar cosas al azar, permitir que la mano caprichosa de la suerte moviera algún hilo, solo alguno, de mi destino, si es que tal cosa, el destino, al menos como lo entendieron los griegos y como lo hemos heredado en la cultura occidental, existe. Pero, aceptado eso, insisto en que siempre me gustó dejar que algunas cosas sucedan por sí mismas, sin intervenir en ellas ni mi acción ni mi voluntad, porque hay en eso un poco de riesgo, solo un poco, y suele hacer más interesantes los días.

A veces el juego en más serio, tiene más trascendencia, y tira unos los dados de su futuro con cierto desapego, lo mismo que Pedro Sánchez, y acaba sin saber qué pasa, qué canción es la que suena.

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