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Joaquín Rábago.

360 grados

Joaquín Rábago

¿Recuperar el control?

Argumentaban que el Brexit serviría para que el pueblo británico recuperase de nuevo el control democrático de su país, estúpidamente cedido a los burócratas de Bruselas. ¿Es, sin embargo, recuperar la democracia que el próximo primer ministro del país lo decida tan sólo un 0.9 por ciento de los ciudadanos? En su mayoría, varones blancos y de una edad respetable en un país multirracial.

Porque ni al tory Boris Johnson ni a su fracasada predecesora, Theresa May, los ha votado el conjunto de los ciudadanos, sino únicamente los inscritos en el Partido Tory. May se convirtió en primera ministra después de que dimitiera su correligionario David Cameron en la equivocada idea de que así podría tranquilizar a sus correligionarios y frenar al ultranacionalista UKIP del demagogo Nigel Farage.

Tras el mutis de Cameron por la inesperada victoria del Brexit en el referéndum, May, que no había sido hasta entonces partidaria de la salida de la UE, se subió al carro ganador y fue elegida sucesora de aquél sin que mediase un programa de gobierno ni nada parecido. Su único compromiso fue que el país volviera a "funcionar" en beneficio de todos, para lo cual el Reino Unido necesitaba ser gobernado por "una gran meritocracia" propia y no por la lejana y fría burocracia de la UE.

May, que había llegado pues al Gobierno sin la legitimidad que dan las urnas, decidió convocar elecciones, y el resultado fue una fuerte caída electoral de los tories, que la obligó a un acuerdo parlamentario con el pequeño Partido Unionista de Irlanda del Norte. Después pasó lo que pasó: un Parlamento, el más antiguo del mundo -con perdón de nuestras Cortes de León- convertido en una auténtica jaula de grillos, un país prácticamente en estado de coma y la frustrada primera ministra, tirando, desesperada, la toalla.

Como señala el investigador "sénior" del King´s College londinense Jeremy Adler, la elección del nuevo líder de los tories ha sido una auténtica "farsa", con el partido y los medios de comunicación presentándolo todo como si se tratase de auténticas elecciones parlamentarias.

Los candidatos concedieron entrevistas, hablaron continuamente a los medios y anunciaron planes que nadie había votado. Y todo ello cuando quién fuese el próximo primer ministro del Reino Unido debían decidirlo solo los 160.000 inscritos en el Partido Conservador. Esto, en un país de más de 66 millones de habitantes. El Brexit se ha convertido en algo que supera toda comprensión. Así, según un reciente sondeo de la empresa demoscópica YouGov, una mayoría de los votantes conservadores aceptarían incluso la separación de Escocia y la de Irlanda del Norte, que votaron mayoritariamente contra el Brexit, con tal de abandonar la UE.

Y a dos de cada cinco votantes tories no les habría importado ver al laborista Jeremy Corbyn como primer ministro si fuese el precio a pagar para conseguir tal objetivo. Sólo que el vacilante líder de la oposición ha decidido finalmente apoyar un segundo referéndum sobre el tema.

A partir de este miércoles, la Unión Europea tendrá que lidiar con un nuevo premier, cínico y embustero, que no solo por el color de su cabellera se parece a Donald Trump. Aunque el británico haya estudiado en Oxford, escrito una biografía de su ídolo Churchill y sea capaz de citar a Tácito de memoria en latín.

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