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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Menos gobierno, mejor economía

Lleva España más de un año sin presupuestos, sin mayoría de gobierno y sin líderes providenciales que la salven; pero ya se ve que no pasa nada. Lejos de sumir al país en el caos, esa situación que tanto aflige a las teles no impide que la economía siga creciendo con robustez. Acaba de constatarlo el Fondo Monetario Internacional al revisar hacia arriba, hasta un 2,3 por ciento, la previsión de subida del PIB para el año en curso.

Si hay que creer a los augures del FMI, aunque eso no sea obligatorio, las finanzas de la España que sobrevive en precario a sus políticos marchan con brío de locomotora a todo tren. Su progresión supera claramente a la de Alemania, Francia, el Reino Unido o Japón; y tan solo los poderosos Estados Unidos van a tener, entre las grandes economías desarrolladas, un mejor desempeño que la de aquí.

El milagro consiste en que no hay milagro alguno. Simplemente, la provisionalidad que es habitual en los gobiernos españoles desde hace tres años viene impidiendo -o limitando, al menos- la adopción de decisiones de fondo. Puede parecer un inconveniente, pero en realidad es una ventaja. Al no poder tomar las medidas que tal vez quisieran, los gobernantes tampoco pueden meter la pata, con lo beneficioso que eso resulta para la seguridad de los inversores y la del pueblo en general.

No se trata de una novedad en sentido estricto. Pasó algo parecido en Bélgica, cuando ese país dudosamente existente estuvo año y pico sin gobierno en plena crisis de los mercados mundiales. Dado que la autoridad competente estaba en funciones y debía limitarse a administrar los asuntos ordinarios, los belgas se ahorraron buena parte de la cascada de recortes ordenada por Merkel a los socios de la Unión Europea.

El caso de Italia es todavía más ilustrativo. Hasta hace no mucho, los italianos cambiaban de gobierno casi cada año, hasta el punto de que han tenido más de sesenta desde la Segunda Guerra Mundial. Tanta rotación en el mando convirtió la política italiana en un guirigay; pero no ocurrió lo mismo con la economía. Bien al contrario, el país transalpino pasó en unas pocas décadas de la pobreza a integrarse en el club del G-7 que en su momento reunía al septeto de naciones con mayor relevancia en el mundo.

Fuese o no casualidad, lo cierto es que Italia crecía durante ese período casi al mismo ritmo que cambiaba de gobierno. Ajeno a la inestabilidad política, el PIB seguía engordando año tras año. Los problemas empezaron, en realidad, cuando Berlusconi y sus sucesores consiguieron darle un cierto grado de durabilidad a los gobiernos. Este año, un suponer, el FMI le pronostica a la economía italiana un crecimiento más bien irrisorio de tan sólo una décima.

Con la España políticamente inestable que ha alumbrado el fin del bipartidismo ocurre algo muy semejante a lo de la Italia de décadas atrás. Coincidiendo con la sucesión de gobiernos interinos que comenzó en 2016, la economía española no para de situarse a la cabeza del crecimiento en Europa. Ya sea con el conservador Rajoy, ya con el socialdemócrata Sánchez, el Producto Interior Bruto va como un tiro y el paro -aun siendo cuantioso- sigue encadenando bajadas.

Sorprende, por tanto, la preocupación de algunos españoles por la falta de acuerdo en el Congreso y la posibilidad, poco probable, de que se repitan las elecciones. La economía, que es lo que importa, vive al margen de esas minucias.

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