La concesión de la Medalla de Galicia a los ya expresidentes de Asturias, Javier Fernández, y Castilla y León, Juan Vicente Herrera, es una elección oportuna e inteligente. Alberto Núñez Feijóo, una vez más, ha hecho gala de su fino olfato político al otorgar la máxima distinción de nuestra comunidad a estos dos gobernantes en retirada. Porque, más allá de los méritos individuales que hayan podido contraer en su dilatadísima trayectoria como gestores de la cosa pública, el reconocimiento no se dirige a sus personas, sino a una forma de entender y de ejercer la política.

La Medalla de Galicia premia un modo de actuación, por desgracia, hoy en desuso en el paisaje político patrio: la colaboración entre gobiernos en la defensa de una causa común, arrumbando en ese empeño las diferencias ideológicas, los desencuentros partidistas y las rivalidades territoriales. Estos son los pilares sobre los que se sostuvo la Alianza del Noroeste, unos cimientos personificados en los exmandatarios autonómicos ahora galardonados. Y precisamente por eso Feijóo acierta de pleno.

En tiempos de naderías, vacuidades, egos, revivals nacionalistas pseudomodernos con hedor a naftalina, tacticismos y cordones sanitarios por doquier, los ciudadanos manifiestan desazón, desinterés cuando no desistimiento o aversión hacia la política y sus protagonistas. Se confiesan, ahí están los datos del CIS, hartos de que la llamada clase política anteponga sus ambiciones personales o territoriales al interés común, ofreciendo un espectáculo bochornoso.

La sociedad demanda, urge, justamente lo contrario: altura de miras, grandes acuerdos, pactos de calado, amplios y estables consensos entre los diferentes actores políticos por la defensa o impulso de cuestiones capitales que persigan el bienestar general. Más allá de las particularidades que separan a unos y a otros, lógicas y legítimas, los ciudadanos reclaman una visión general común, compartida en lo esencial que no cambie por las modas, las ocurrencias o las urgencias aritméticas de los gobernantes de turno.

La Alianza del Noroeste, una plataforma impulsada inicialmente en 2018 por empresarios gallegos, asturianos y castellano-leoneses, se creó para romper muros y fronteras territoriales y tender puentes entre pueblos que comparten dificultades. La iniciativa adquirió una dimensión mayor cuando los mandatarios de las tres comunidades decidieron sumarse y ponerse al frente. Más tarde, hasta el norte de Portugal, en algunos aspectos concernidas por similares problemas, se subió al tren.

El propósito que inspiraba, y esperemos que lo siga haciendo en el futuro, era unir voces tan dispares para hacerse oír con más fuerza, mejor. Hacer llegar de forma nítida y contundente a las administraciones competentes -Gobierno y Unión Europea- los problemas, la mayoría históricos o endémicos, que comparten, las asignaturas pendientes que exigen una solución tras permanecer olvidadas en los insondables cajones ministeriales: déficit de infraestructuras, pobre financiación, envejecimiento inexorable de la población -con las consecuencias directas sobre el coste de los servicios sociales-, tasas de natalidad regresivas, suministro energético...

Frente a los reflejos mostrados por el poderoso lobby del arco del Mediterráneo que lo supo ver mucho antes y mejor, es una lástima que el lanzamiento de este movimiento se haya producido de forma tan tardía, pues hoy todavía nos encontramos en el terreno de las reivindicaciones ante un Gobierno en funciones inhabilitado para ejercer, y ya veremos si lo llega a hacer. Además, en esta situación política continuamente atropellada por citas electorales, se hace sumamente difícil, por no decir imposible, forjar pactos estables, complicidades duraderas.

Si nuestros políticos siguen dedicando la mayor parte de sus esfuerzos a pelear por los votos, desacreditando al rival, incluso demonizándolo; si solo tienen la cabeza ocupada en urnas y papeletas; si su aspiración es asistir al hundimiento del rival; si el objetivo, en otros casos, es evitar el naufragio propio tensionando a sus bases; si el único propósito es encaramarse al poder con cargos, sillones y prebendas... Si todo esto sigue ocurriendo, reclamar un consenso es como gritar en el desierto. E impulsar un proyecto sensato y estable de gobierno, una inocente quimera.

Pese a ello, o precisamente por ello, la Medalla de Galicia al socialista Javier Fernández y al popular Juan Vicente Herrera, al margen de sus logros personales, no se debería entender como un punto y final a un movimiento que ya ha cumplido su misión: la de despertar conciencias sociales, empresariales y políticas; la de ejercer de ariete ante otras Administraciones. Todo lo contrario, la distinción tiene que enfocarse como un aliciente, un refrendo a la mejor forma de hacer y sentir la política. Y, por ello, debe continuar, si cabe con más fuerza e intensidad.

Así que los flamantes presidentes de Castilla y León, el popular Alfonso Fernández Mañueco, y Asturias, el socialista Adrián Barbón, tienen la obligación moral de reeditar, más pronto que tarde, junto a Alberto Núñez Feijóo la imagen de la unidad. Seguramente los dos nuevos mandatarios tienen problemas acuciantes que resolver, pero deben entender cuanto antes que la Alianza del Noroeste no es un asunto menor. Y el presidente gallego, huir de la tentación de reducirlo a una plataforma electoral, ahora que Galicia se acerca a una nueva convocatoria con las urnas. La Alianza -un frente de 14 provincias y 6,2 millones de habitantes que aportan el 11,7% al PIB nacional- no debería jugar en el tablero de la politiquería.

Es más, tanto Feijóo como el previsible candidato socialista Gonzalo Caballero y quienes se presenten finalmente por BNG y Marea tendrían que hacer público su firme compromiso con la causa del Noroeste. Ese acuerdo expreso sería la mejor de las noticias. Porque significaría sacarlo de la batalla electoralista y, por tanto, descontaminarlo de siglas y banderas. O lo que es lo mismo, ser plenamente conscientes de que la apuesta por el Noroeste no es solo un acierto, que lo es, sino la única opción de futuro para un territorio bautizado ya por algunos como "el nuevo sur", en alusión a la estereotipada imagen que ese extremo de España tuvo durante años como la zona más alejada del progreso. Por eso es indispensable que Galicia asuma de una vez por todas que además de un acierto y una opción de futuro para ella es una enorme oportunidad al tiempo que una gran responsabilidad, puesto que solo ella reúne la fortaleza necesaria para liderar el reto.

Y, ya puestos, ahora que tanto pábulo se da a un posible "Gobierno de cooperación" en el escenario nacional, bueno sería apostar por un "Estado de la cooperación", en el que las administraciones públicas -central, autonómicas y locales- fuesen de la mano en aquellos asuntos a que todos incumben. Se trataría, en fin, de extender a toda nuestra tierra ese espíritu del Noroeste que tan merecidamente se ha ganado la Medalla de Galicia. Nos iría mejor a todos, seguro.