Uno de los actores de la serie Veep, Timothy Simons, contó en una entrevista que, después de la Cena de corresponsales de la Casa Blanca, él y otros miembros del reparto se fueron a tomar unas copas a un bar para conversar con los staffers de algunos congresistas y senadores. En la primera ronda, los jóvenes, aparentemente idealistas, les decían con entusiasmo que habían elegido esa carrera porque querían "cambiar el país para mejor", pero luego, mientras aumentaba el número de vasos en la mesa, uno de ellos acabó confesándoles que, en realidad, ahora su único trabajo consiste en hacer la vida imposible al adversario de su jefe, lo cual tiene poco que ver con la política pública, o con la filosofía económica, o con las relaciones internacionales, ni tan siquiera con las estrategias de comunicación, sino, más bien, con su talento para hacer daño a los demás.

Aquel ejercicio de franqueza hizo que unos pocos más se unieran en el desahogo, reconociendo que sus funciones como asesores, desde la agitación permanente en las redes sociales hasta el rastreo en las intimidades ajenas, distan mucho de ser aquello que tenían en mente antes de llegar al Capitolio, cuando estudiaban Ciencias Políticas e Historia en la facultad y leían acerca del New Deal, los derechos civiles y el Contrato con América.

El propio Simons, que interpreta en la serie a Jonah Ryan, un arribista malcriado y vulgar que no deja de progresar en Washington, reflexionaba sobre lo difícil que le hubiera resultado creer hace unos años si alguien le dijera que, pese a todas las majaderías, insultos y mentiras que dice su personaje, este último, aupado por grupos de interés y personas influyentes del partido, así como (y esto es lo más difícil de asumir) por los votantes, acabaría triunfando en la política profesional, pues los espectadores serían incapaces de digerir ciertas inverosimilitudes. Veep, una comedia política de HBO protagonizada por Julia Louis-Dreyfus, comenzó a emitirse en el año 2012 y finalizó a comienzos de mayo de este año. La serie, como producto cultural, padeció una curiosa transformación, ya que la improbable realidad exigió que la ficción fuera todavía más lejos.

Antes de 2015, en los albores de la campaña presidencial, las bromas evocaban la extraordinaria e inesperada popularidad que había logrado Sarah Palin tras ser nominada como vicepresidenta junto a John McCain (de ahí el título que hace referencia al cargo de su protagonista, Selina Meyer) y los conflictos narrativos parecían inspirarse en experiencias vividas en las pasadas administraciones. Pero los guionistas, además de mofarse de diversas personalidades del populismo emergente, de los medios de comunicación y del sistema en general, haciendo alusiones paródicas al insider que habita en la capital de los negocios políticos y que se deja la piel (y muchas veces la dignidad) para servir a cualquier tipo de Poder, fueron añadiendo, a medida que el primer mandato de Donald Trump se aproximaba, algunas reminiscencias de los escándalos y sucesos que surgieron desde las primarias, incluida la aparición de Hillary Clinton como la posible primera mujer en ocupar el Despacho Oval, hasta llegar a la séptima y definitiva temporada.

Ahí están, condensados en siete episodios, los abusos sexuales y los comportamientos inapropiados, la financiación ilegal de las campañas, las conspiraciones, la paranoia racial, las declaraciones xenófobas y misóginas, los despidos y dimisiones en cascada y la intervención de gobiernos extranjeros en las elecciones estadounidenses, entre un largo y copioso etcétera. Para que, en 2019, la sátira realmente funcionase, había que inventar un mundo postodo, en el que ciertos hábitos, antaño reprobables, ya habían sido incorporados al nuevo manual del candidato, en el que cinismo dejara de ser cinismo y se convirtiera en destreza necesaria.

En los últimos años se ha debatido mucho sobre los límites del humor. Veep ha demostrado que son mucho más preocupantes los límites de la realidad. Y no solo para los creadores de ficciones, que tienen que romperse la cabeza para exagerar lo exagerado. Sino para los que aún piensan cuando beben la primera copa que han venido aquí a "cambiar el país para mejor". Es una despedida cruel y deprimente, pero también divertidísima, brillante y salvaje.