Jeremy Corbyn, líder de la deprimida oposición de Su Majestad, ha cambiado el paso. Antes y pese a que el 70 por ciento aproximadamente de los votantes laboristas se inclinan por el remain tuvo que pensarse mucho si él debería apoyar la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. Tanto que esa ambigüedad calculada sobre el 'Brexit', en contra del criterio de la mayor parte de sus electores, ha relegado a su partido al cuarto lugar en intención de voto. Y, claro, ante la posibilidad de quedarse sin partido y fuera de juego, Corbyn ha contravenido por una vez su proverbial estrechez mental reclamando un segundo referéndum.

Para justificar su cambio de actitud escribió que el 'Brexit' había tenido un efecto divisivo sobre la comunidad británica y el Labour Party. Algo que recuerda cuando, en otro tiempo, para defenderse de los comentarios jocosos sobre su persona de Tony Blair se enderezaba en su asiento manteniendo que él solo respondería a cuestiones sustantivas. Se puede sufrir dislexia sin que exista un defecto neurológico, Corbyn es la prueba de ello.

El escritor Martin Amis, coetáneo suyo, que pasó la década veinteañera en el mismo epicentro social donde se movía el líder de los laboristas, escribe en "El roce del tiempo", su último volumen de ensayos, que Corbyn aprendió a decir "miau" a una edad muy temprana aleccionado de lejos por cierto economista alemán y que desde entonces jamás se le ha ocurrido decir nada distinto. Salvo ahora que ha dicho "miau" después de decir "guau". A ver quién cree al político que en 1975 ya votó en contra de la permanencia en el Mercado Común.