Horas antes de que Donald Trump pronunciara su discurso del Día de la independencia, los tanques ya habían llegado al National Mall, generando un insólito paisaje en la capital por estas fechas y alarmando a quienes consideran que utilizar al Ejército en esta celebración, además de establecer un peligroso precedente, representa lo contrario del espíritu que se pretende conmemorar durante la festividad, que debería estar exenta de partidismo y de un extraño culto a la personalidad. "Organizar un baile militar para el placer del presidente es otro abuso de nuestras relaciones cívico-militares. Esto es un asalto a las tradiciones culturales y constitucionales estadounidenses", escribió Tom Nichols, profesor de la U.S. Naval War College, en la revista The Atlantic.

Las condiciones meteorológicas, sin embargo, impidieron que el presidente cumpliera con el horario programado, teniéndose que retrasar unos minutos su aparición ante las cámaras (esto también provocó algo de nerviosismo entre los miembros de la Administración, ya que al parecer estaban preocupados por el número de asistentes y una posible cancelación in extremis), pero finalmente consiguió lo que pretendía: ser el protagonista de la fiesta nacional. La decisión que tomó Donald Trump de no salirse del guion causó algo de asombro, pues algunos auguraban un posible acto de campaña en el que se mostraría una recopilación de sus grandes éxitos, algún que otro ataque a los adversarios, e incluso reproches al Tribunal Supremo, que falló en contra de su pretensión de añadir una pregunta sobre la ciudadanía en el censo de 2020. Como la imprevisibilidad es la cualidad más destacada del presidente, gracias a la cual llena estadios y gana elecciones, nadie podía descartar la posibilidad de que Trump, emocionado por la acumulación de gorras rojas bajo la lluvia, aprovechara la ocasión para realizar un espectáculo propagandístico.

La gran duda que manifestaban todos los analistas, quienes tampoco suelen ser convocados en eventos de este tipo (las televisiones retransmitían el concierto y los fuegos artificiales, poco más), era si Trump iba a convertir su "saludo a América" en un mitin. Y no lo hizo. Aunque no está claro si eso mejoró la situación. Primero habría que distinguir entre contenido y ejecución; entre el texto, elaborado por sus asesores, y la manera en que Trump lo pronunció. No hay duda de que el principal objetivo del discurso era glorificar al Ejército y sus proezas más reconocidas (de ahí la idea del desfile, que surgió después de que Trump presenciara el aniversario de la Toma de la Bastilla en Francia), desde la era revolucionaria hasta la Segunda Guerra Mundial, mientras los aviones de combate sobrevolaban la ciudad de Washington; pero, más allá de los valores castrenses, también se rindió homenaje a los derechos civiles y al sufragio femenino, presentados ambos acontecimientos como hazañas genuinamente americanas, y se propuso una nueva iniciativa, la de clavar la bandera estadounidense en Marte, asociando la exploración espacial con los anteriores retos superados.

Sin embargo, como demostró el Washington Post, el discurso estaba plagado de inexactitudes históricas (confusión entre el día que se votó la Declaración de independencia en el Congreso, el 2 de julio, y el día que se firmó la versión final, el 4 de julio), preposiciones mal situadas que cambiaban el sentido de la frase (of en vez de at para referirse a lugares y batallas) y errores de bulto que podrían hacer pensar a los oyentes más escépticos que el orador, en realidad, no sabía de lo que estaba hablando (los militares "tomaron los aeropuertos" antes de que se inventaran los aviones, etc.). Además, su peculiar modo de corregirse en sus discursos (no es la primera vez que lo hace), utilizando la conjunción "y" sin admitir que lo anteriormente pronunciado fue un error, resultaba más confuso todavía. Luego está la cuestión de la performance. El tono, las pausas, los gestos. Los discursos no se leen: se interpretan. En algún momento, Trump, más que dirigirse a la nación, parecía estar leyendo el Evangelio en una misa, cumpliendo con las exigencias de la liturgia. Como escribió una vez William Safire, si no hay una persona que es capaz de hacer que las palabras cobren vida y conmuevan a una audiencia, lo único que tienes es una presentación en una página. Donald Trump se siente más cómodo (y es políticamente más eficaz) sin esa página. Pero gracias a esa ausencia de independencia, se pudo celebrar, a pesar de todo, el día de la Independencia.