Hablar del Bar Eligio evoca el lejano Club des Cordeliers parisino, en donde concurrían figuras revolucionarias como Dantón y Marat, para conspirar contra la Monarquía. Recuerda también el ambiente literario del Café Procope, el más antiguo de París, frecuentado por autores como Voltaire y Rousseau. Dos siglos más tarde, lejos de aquel ambiente insurrecto e ilustrado, en la viguesa tasca de Eligio, la cultura y el vino se unían en tiempos de restricción de libertades. A pocos metros, en Porta do Sol, tuvo lugar el pronunciamiento contra la II República. La tasca de Eligio era el símbolo que cerraba los abismos de aquella sociedad anémica, no tanto para beber sino para degustar los secretos de la razón creativa entre viejos y confiados amigos. Reconocidos artistas y literatos tuvieron la fortaleza de soportar el cambio doloroso, pero también el ánimo para descifrar los enigmas que condicionaban el mundo cultural.

Eligio no fue fábrica de dogmas ni de visiones subversivas, como el Club des Cordeliers parisino. Acudían gentes renovadoras para pensar, pero no había lucha entre lo viejo y lo nuevo. No se participaba activamente en los cambios que agitaban la calle y amplios sectores sociales. El altar que sostenía la taza sagrada del Eligio nunca se turbó ante los gritos de protesta en Porta do Sol. Esa era la diferencia entre el Eligio y el Club des Cordeliers parisino y los bares de la periferia viguesa, en un país embalsamado por el franquismo y la utopía de lo que estaba naciendo a través del compromiso. Aunque reconozco que la taza de Eligio fue durante décadas un estímulo de la razón y el sueño de la utopía artística y literaria, también hubo personajes que apostaron por un Eligio sin ambiente ideológico; personajes que escribieron largas páginas de la historia de esta Ciudad con el silencio.

Quien ésto escribe volverá a entrar en el nuevo Eligio con las cicatrices del tiempo y de la lucha, para recordar el rincón de un contacto de conocidos personajes lejanos o aquella esquina testigo de las documentaciones falsas para poder salir del país o las entregas de misivas encriptadas de clandestinidad? Y muchas cosas más, porque el territorio de Eligio estaba vacunado de suspicacias policiales. La concurrencia de intelectuales y creativos de gran prestigio nada sospechosos era el mejor bálsamo protector. El espacio de Eligio fue el continuador estratégico del viejo Hotel Universal, que acogió solventes escritores e investigadores, pero también a reconocidos personajes del espionaje mundial. Las memorias del Eligio seguirán escribiéndose durante mucho tiempo, atendiendo a todo cuanto vertebra a esta Ciudad. El cierre del Eligio era el cierre del tiempo adornado de crepúsculos. Hoy es su nuevo amanecer.

*Publicista