Viene -nos cuentan- el no va más de la revolución tecnológica que nos colocará en un paraíso de comunicación y sobre todo de rapidez: el 5G.

Cuando se acerca ese momento, hacen los expertos resumen de las aportaciones de su padre, el 4G, que pronto será una antigualla abominable. Y por ahí nos enteramos de que, junto a avances provechosos en la ciencia y en la técnica, el 4G ha servido para renovar un hallazgo de la civilización al que acaso no hemos dado el suficiente relieve. En efecto, perdidos en el mar de acontecimientos mundiales hemos dejado en la penumbra lo que quizás sea la gran aportación a la humanidad de los últimos años, a saber, el botellón.

Hubo un tiempo brumoso y menesteroso en que botellón era el aumentativo de botella. ¡Qué triste destino! ¡Un simple aumentativo, un apocado sufijo de entre los que tanto abundan en la gramática! Preciso era rescatar a la palabra de ese mustio sino y por ello se inventó el moderno significado del botellón: reunión ruidosa y nocturna de jóvenes en la que se consumen en abundancia bebidas alcohólicas. Así, más o menos, la sabia descripción de la Academia.

Una fiesta en suma. Una fiesta estupenda, en la que jóvenes -estudiantes de secundaria o universitarios- dan rienda suelta a su vitalidad, a su energía, a su capacidad creadora. Un regocijo, una expansión culminada con un broche estético muy logrado: el de dejar esparcidos por el suelo centenares de botellas, de envases, de restos de bocadillos de sobrasada, de condones, en fin de las cenizas inertes del tumulto jocundo, de las huellas de ese culto nocherniego que se ha rendido a la frescura jovial, al ajetreo de la zambra.

Restos que limpian al día siguiente patrullas de jóvenes, no de los mismos jóvenes, sino de otros venidos de Colombia o de las tierras africanas que necesitan recoger babas ajenas y festines marchitos para poder comer ¡qué vulgaridad!

Como siempre hay aguafiestas, en los ayuntamientos se vienen registrando protestas de vecinos que no pueden dormir, de enfermos y ancianos que sufren con el ruido. ¡Paparruchas! Son espectros del pasado, fantasmas petrificados y obstinados en negarse a aceptar el sonido de la pujanza de las generaciones que están abriendo con brío las puertas que dan al futuro.

Así se hallaba el botellón cuando vino el 4G. Ese es el momento en el que se crea otro de renovadas trazas pues que sirve para reunirse a hacer selfies (lo que antes los pobres y los funcionarios de provincias llamábamos fotos), subirlas a Instagram, escuchar reguetón y lucir estilismos. También ha sido revolucionario en actividades como buscar y comprar ropa usada -sudaderas o camisetas- o ver vídeos. ¿Nos damos cuenta del aburrimiento que se hubiera apoderado de la sociedad sin estas novedades?

Y lo más original: ha nacido el swagger. ¿Quién es este sujeto/a? Pues muy sencillo: el miembro/a de una tribu urbana que vigila las marcas de moda, descendientes de aquellas grandes lumbreras del pasado que fueron los punks o los heavies. A los swaggers se les reconoce porque visten camiseta de anchos vuelos, pantalón de los llamados "pitillo", gorra y zapatillas de la marca Nike. Llevan gafas de sol siempre que sea de noche. Tienen el poder de destruir o de encumbrar a un fabricante o a un modisto como en un acto de nigromancia de manera que pocas bromas con sus juicios lapidarios. Y es que el destino o lo que sea les ha atribuido este alto cometido que cumplen con un punto de ascética disciplina en sus reuniones a las puertas de las tiendas Apple o en otros lugares escogidos. Es el moderno botellón que renace cuando el tradicional daba muestras de un claro decaimiento.

Estos son los fragmentos del futuro que estoy poniendo ante los ojos de aquellos que aún los ignoran desvelándolos con esta caligrafía, gastada sí pero siempre alerta, que es propia de mis soserías.

La laboriosidad de estos botelloneros y estos swaggers, el hecho de no tener tiempo más que para las zapatillas, los selfies, las sudaderas y el Instagram es lo que ha podido ¡por fin! arrinconar libros como los escritos por Julio Verne o Mark Twain o Alicia o el Lazarillo o Tom Sawyer.

Merecido lo tenían por pelmazos, lo único lamentable es que hayan tardado tanto. Han caído como un tambaleante castillo de naipes al soplo del 4G y del 5G.

Y encima algún pedante se ha permitido hacer la bromita de llamarlos los cuatro o los cinco... gilipollas.