Cuando el mar era libre, nuestros pescadores eran "olímpicos", practicaban la denominada "pesca olímpica", a la que se puso fin desde la Secretaría General de Pesca Marítima hace nueve años. Fue cuando el responsable de tal secretaría anunciaba que "se ha acabado la pesca olímpica. Ahora vamos al reparto de cuotas". Y los problemas de sobrepesca continúan (al menos al decir de las distintas organizaciones no gubernamentales con vara alta en Bruselas y de aquellas otras que surgen como setas en las humedades de la Comisión Europea), la escasez de las pesquerías son piedra de toque para que la propia Comisión establezca recortes de manera inmisericorde, los barcos gallegos van a menos, los puestos de trabajo se reducen un día sí y otro también (alrededor de cien mil personas vivían de la mar en Galicia a principios de este siglo y hoy no superan las 30.000) y la pesca olímpica, oficialmente prohibida, la practican aquellos que para su suerte, tienen barcos con base en -por ejemplo en el caladero nacional Cantábrico Noroeste- comunidades como el País Vasco o Cantabria, que es por donde las pesquerías que más interesan en Galicia hacen su entrada en aguas de la península.

No es, verdaderamente pesca olímpica, pero son los barcos vascos y cántabros -suerte para ellos- los que primero avistan las avanzadillas de pesquerías como las de la anchoa, el jurel o la caballa que, cuando pueden ser capturadas por los barcos gallegos, son como náufragos en la sopa cantábrica: fideos a la deriva que llegan a los mercados cuando estos están saturados y su valor es el mismo que tiene un suspiro en los acantilados de A Costa da Morte o el Ortegal.

Sí, el mar fue libre. Pescar era fácil. Y llenar barco y lancha, habitual. Un lance, para un palangrero en Gran Sol, significaba meter en bodega 20 o 25 cajas de merluza del pincho, la más apreciada, la más cara en el mercado y, por tanto, la que mayor beneficio dejaba para unos marineros carentes de salario fijo (trabajaban a la parte) y sin prácticamente derecho alguno a bordo durante esas tres semanas que se pasaban de borrasca en borrasca y con vientos casi siempre rolando al este o nor-noroeste a causa de una baja presión que nada tenía -ni tiene- que ver con la presión que se ejercía sobre todos y cada uno de los tripulantes del barco, desde el contramaestre al cho.

Aquella libertad que el mar tuvo fue recortada por las organizaciones de armadores -hicieron valer sus intereses- que se dieron prisa en crear las Organizaciones Regionales de Pesca de las que más tarde renegarían y, sobre todo, por los países -entre estos España, a pesar de sus muchas limitaciones- que dieron un paso adelante para acotar espacios y, sobre todo, establecer derechos de pesca en una denominada Zona Económica Exclusiva de la que ahora se ríen a mandíbula batiente los pescadores japoneses, chinos, coreanos, rusos y, naturalmente, los desaprensivos que practican pesca ilegal, que es como la pesca olímpica pero para su buchaca.

No, ya no será posible nunca más la pesca olímpica. Hemos acabado con ella. Y no solo porque la UE lo diga. Está a la vista: los investigadores marinos y las ONG dicen que no hay qué pescar. Y la Unión Europea se lo cree, bendita sea. Amén.