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Joaquín Rábago.

Señores de la vida y de la muerte

Hay algo de profundamente obsceno en la imagen que vimos el otro día en la prensa del consejero de Seguridad Nacional de EEUU, John Bolton, en compañía del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, mientras sobrevolaban en un helicóptero el valle del Jordán.

Uno se imagina a Netanyahu explicándole al halcón entre halcones de la Casa Blanca, y con el más que seguro asentimiento de éste, cuáles iban a ser los próximos movimientos en el imparable proceso israelí de seguir ocupando territorios palestinos hasta hacer prácticamente imposible la solución de los dos Estados.

Todo ello, mientras Estados Unidos trata de comprar a los palestinos con un plan de inversiones de sus riquísimos aliados árabes en la vana esperanza de que aquéllos renuncien definitivamente a sus aspiraciones a un Estado propio. Para individuos como Donald Trump, todo está a la venta, incluso la dignidad de un pueblo.

Mientras tanto, EEUU sigue hurgando en el mayor conflicto actual de Oriente Medio, intentando provocar a Irán para obligarle a renegociar como sea el tratado que firmó su predecesor en la Casa Blanca, Barack Obama, junto a europeos, rusos y chinos y que suponía frenar, al menos durante unos años, una posible escalada nuclear en la región.

No contento con anunciar cada día nuevas sanciones para asfixiar económicamente a Irán, el promotor inmobiliario devenido en el político con más poder y por ello potencialmente más peligroso del planeta, no rehúye las amenazas directas de intervenir allí militarmente, acusando sin pruebas al Gobierno de Teherán de sabotear la navegación por el estrecho de Ormuz.

Sin pruebas fehacientes, porque no las hay de que los atentados contra varios petroleros en esas y otras aguas próximas, que Washington atribuyó inmediatamente a Teherán, hubiesen sido ordenadas por el gobierno de los ayatolas y no por alguno de sus enemigos.

Después de la revelación que hizo el propio Trump de haber abortado in extremis un ataque contra Irán que él mismo había decidido poco antes, lo que le hace aparecer de pronto como un moderado frente a sus halcones, hemos sabido ahora que Washington lanzó casi simultáneamente un ciberataque contra el sistema militar informático de la República islámica.

Ese ataque informático inutilizó supuestamente los sistemas que controlan los lanzamientos de misiles de la Guardia Revolucionaria iraní como el que derribó un dron espía estadounidense y que motivó la respuesta inmediata de Washington.

Un segundo blanco, siempre según fuentes norteamericanas, fue el software utilizado por los iraníes para planear los ataques a los petroleros que EEUU se empeña en atribuirles.

Los europeos asistimos impotentes a una guerra psicológica, a una guerra de nervios con la que EEUU trata de doblar la cerviz de los iraníes y obligarlos a aceptar la renegociación de un acuerdo nuclear que no gusta a los halcones de la Casa Blanca, quienes acusan a Teherán de apoyar militarmente a "grupos terroristas" desde el Líbano hasta el Yemen.

De momento, nadie parece querer la guerra, si tal vez exceptuamos a John Bolton, que lleva abogando por un ataque a Irán para provocar un cambio de régimen desde antes de ocupar la consejería de Seguridad Nacional, pero es en cualquier caso un juego peligroso al que se libran unos y otros. Un juego en el que basta que salte una chispa para provocar un incendio difícilmente controlable.

Los europeos deberían adoptar un papel diplomático mucho más activo en ese conflicto que tan de cerca les atañe. Pero debemos reconocer que la UE no se encuentra precisamente ahora en su mejor momento. Como saben en Washington y han podido comprobar, a su pesar, los iraníes.

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