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El Parador de la Herrería

La Estrella fue la mejor hospedería de Pontevedra en el siglo XIX, además de parada y fonda de carruajes a Santiago y Vigo

Transcurrido un siglo y medio, no resulta nada fácil de discernir por falta de documentación precisa que es lo que fue primero y que es lo que llegó por añadidura: si antes se abrió la posada La Estrella y después las diligencias establecieron allí su parada y fonda, o si sucedió al revés. De cualquier forma, ambas cosas se superpusieron a mediados del siglo XIX en Pontevedra.

Entonces las diligencias vivieron su edad de oro en España. Aquellos coches tirados por caballos se convirtieron en el medio de transporte de viajeros por antonomasia y causaron una auténtica revolución social. Igual ocurrió después con el ferrocarril y más tarde con el automóvil.

La Estrella se convirtió en el lugar de parada de las diligencias en esta capital, al tiempo que fue también la mejor hospedería. Su reconocido pedigrí permaneció intacto durante varias décadas hasta que el tren y la ubicación de la estación lo cambió todo. Situada en la misma esquina que ahora ocupa el edificio sindical, cara a la Herrería, Rafael Fontoira data su construcción en el siglo XVIII y Enrique Barreiro, propietario de la Casa de las Caras (antiguo pazo de los Barbeito y Padrón), que está a su vera, asegura que se trata de dos edificaciones distintas por sus incuestionables huellas arquitectónicas.

La fonda fue originariamente bautizada como La Estrella por su dueño, Ramón Grela -propiedad atribuida por Prudencio Landín- en atención al nombre antiguo de la plaza, aunque formaba un todo con la Herrería, sin separación alguna. Su diseño actual fue muy posterior.

Tras convertirse en punto de referencia de llegadas y salidas de las diligencias, La Estrella perdió su nombre y pasó a conocerse como El Parador, una denominación muy común en las rutas de dichos carruajes. Incluso el primer tramo de Pasantería también mudo su nombre por la calle del Parador en el nomenclátor popular durante algún tiempo.

El cronista de esta ciudad, Prudencio Landín, no dedicó nunca una de sus magníficas piezas a recrear la historia de La Estrella, el Parador u Hotel Imperial, que todos fueron la misma cosa. Solo dejó algún que otro apunte preciso dentro de sus impagables testimonios, pero no por ello menos valiosos.

"Una pequeña estación al aire libre con movimiento de viajeros, mayorales, cargadores y mozos de cuadra que, subidos a escaleras de mano, atiborraban de maletas y mercancías las "bacas" de los coches, protegidas por arqueadas cubiertas de lona y cuero".

Landín describió así la actividad diaria ante El Parador, cuya apertura debió producirse entre los años 1845 y 1849, según diversas referencias.

A grandes rasgos, la fonda dispuso inicialmente de un amplio comedor y un total de doce habitaciones bien aseadas. Su planta baja asoportalada por arcos de media punta -que todavía se mantienen- servía para custodiar los enormes baúles que portaban utensilios y mercancías de los viajantes de comercio en ruta, de una población a otra.

Los primeros huéspedes ilustres que acogió La Estrella fueron los generales que acompañaron a la infanta Luisa Fernanda (hermana de Isabel II) y su esposo, el duque de Montpensier, durante un viaje por Galicia en 1852, desde A Coruña hasta Vigo. Modesto Rodríguez Figueiredo recogió en su libro sobre efemérides pontevedresas el gran jaleo que provocó aquella visita por la falta de alojamientos para atender debidamente al real sequito.

El gobernador civil tuvo que ceder sus propias habitaciones a los duques en el ex convento de San Francisco, y como la fonda resultó insuficiente para la nutrida comitiva, coroneles y comandantes se distribuyeron entre las casas de Francisco Riestra, José Patiño, Antonio Roffignac y otros más.

Un niño de dos años y medio que estaba hospedado con sus padres se cayó desde el balcón del primer piso en 1867, pero solo se rompió una pierna.

"Milagro parece que el infeliz no haya quedado muerto en el acto", comentó un periódico local al recoger la noticia. Hasta el alcalde Joaquín González, acudió a la fonda para interesarse por el pequeño.

Sin duda ninguna, el cliente más famoso que recibió el Parador a lo largo de su dilatada historia no fue otro que José Zorrilla. Entre los meses de junio y julio de 1883, el eminente literato efectuó una gira por Galicia acompañado por un exquisito sexteto de músicos del madrileño Teatro Real.

Zorrilla llegó a Pontevedra al mediodía del 10 de julio y ocupó la mejor habitación de la fonda La Estrella. A modo de bienvenida, la Sociedad de Juegos Florales le obsequió por la noche con una serena, que era una de las formas que tenían los pontevedreses de honrar a sus visitantes más ilustres.

"Tres poesías leyó de esa forma tan magistral con que él supo leer siempre, por más de que los años han apagado un tanto su voz y le han dado un timbre menos sonoro". Esto dijo El Eco de Tambo, "diario de la izquierda", tras el debut de Zorrilla en el Teatro. Y al día siguiente ofreció otro exitoso recital.

El movimiento de viajeros de El Parador también se convirtió en un polo de atracción de los amigos de lo ajeno; la prensa se quejó de la abundancia de cacos y de falta de policías. Aquella denuncia se vio corroborada en 1887, cuando el inspector Gosende detuvo en la fonda a dos jóvenes fugados de su casa en Santiago con muchas onzas de oro y algunas alhajas, dispuestos a hacer las américas en pocos días desde el puerto de Vigo.

Hipólito de Sa plasmó en sus estampas pontevedresas un retrato correspondiente a la última etapa de El Parador, cuando allí paraba La Carrilana, con los carruajes hacia Vigo y Santiago. El trajín de idas y venidas era igual, pero más intenso que en sus inicios.

Cuando el siglo XIX dio sus coletazos finales, la histórica fonda cambió de sitio, pero no fue muy lejos, porque se ubicó en el edificio donde está el bar Carabela, y pasó a denominarse La Nueva Estrella, regentada por Ulpiano Vilavedra. Poco después surgió La Antigua Estrella junto a la plaza de la Estación, en tanto que los coches de caballos trasladaron su parada y fonda a la calle del Progreso en los albores del siglo XX. Pero esa ya es otra historia.

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