Con una población envejecida similar a Galicia y un modelo productivo con ciertas semejanzas, el País Vasco ha logrado encaramarse hasta el segundo puesto en la clasificación de la riqueza de España. Hay un porcentaje similar de gallegos y vascos mayores de 64 años respecto a la población en edad de trabajar. No existe cercanía en cambio ni en la producción per cápita, ni en la renta, casi un 50% mayor en Euskadi. La comparativa, no obstante, aporta una buena noticia para Galicia: la demografía no lastra el crecimiento. De hecho, nuestra comunidad, estando siempre en la franja baja, ha escalado muchas posiciones en el ranking de renta en las últimas dos décadas. Pero queda una infinidad para mejorar. Con humildad y autocrítica, a las administraciones y a cada gallego en particular le corresponde reflexionar para enmendarlo.

Contar con una población envejecida no es ningún inconveniente, sino todo lo contario: una conquista. La esperanza de vida en los países africanos no supera los 60 años y la mayoría de la población ronda la veintena. La edad media de los gallegos está en 47 años. En la España de 2033, una de cada cuatro personas rebasará los 65 años. Los expertos auguran que la mitad de los niños europeos de hoy llegará a centenario. Una importante porción lo hará además en aceptables condiciones de salud y en plenitud intelectual, lo que significa que podrá aportar conocimiento a la sociedad con su larga experiencia. Un recurso inmaterial fantástico, de valor incalculable para la comunidad.

¿Cómo un logro social de semejante calado va a considerarse un lastre? Los gallegos necesitamos felicitarnos por habitar la parte del mundo en la que algo así es posible y prepararnos para la prolongación de la vida que facilitan los constantes avances médicos, alimentarios y ambientales. Qué bendición. La gerontología empieza a redefinir el concepto de vejez. Este ya no viene determinado por las decenas que uno alcanza, sino por las condiciones en las que lo hace. Es decir, la dependencia. Retrasar el momento de perder la autonomía personal implica llevar una vida sana, activa, tomar el ejercicio como hábito, multiplicar la curiosidad y los intereses, convertirse en voluntario, nunca dejar de aprender. Pronostican quienes de esto saben que las casas, las ciudades, los transportes, la sanidad, la red asistencial sufrirán grandes transformaciones para adaptarse a la nueva realidad.

El primer mito queda desmontado. Una pirámide irregular no limita una nación, la privilegia. Desarrollar al máximo las virtudes de cada individuo, aprovechar su trayectoria para ayudar a otros y atender sus necesidades abre además perspectivas inéditas. En Galicia, la llamada economía plateada, por aquello de las canas, tiene un negocio lleno de múltiples posibilidades. Hablamos de algo más que construir geriátricos. Empiezan a existir más empresas dedicadas a las nuevas necesidades de la senectud, pero menos de las que demanda un mercado en auge.

No falta aquí clientela a la que servir con proyectos imaginativos en múltiples frentes: la investigación, la fisiología, la psicología, la ingeniería y la tecnología. Comienzan a aparecer empresas que cubren las peticiones diarias -compras, medicamentos- de los pueblos remotos, que ofertan ejercicios contra el deterioro mental, que plantean soluciones tecnológicas para adaptar el ámbito doméstico a la edad o redes sociales para unir a los mayores. Más que nadie en este campo, Galicia debería hacer de la necesidad virtud.

Un segundo prejuicio sin fundamento relaciona la abundancia de población envejecida con las dificultades para generar actividad productiva y sostener el bienestar. El País Vasco, con parejos desajustes demográficos, padeció también la desertización laboral de los años 80 y una poda de sus sectores básicos. Aun así, saltó después del quinto al segundo lugar en riqueza. Su renta está ahora en el 131,8%. Galicia ha estado siempre en la franja baja, pero ha escalado muchas posiciones al pasar del 77,6% de la renta española a alcanzar en dos décadas el 90,1%, aunque queda mucha brecha que acortar. Influyen, por supuesto, los recursos extra que proporcionan los beneficios forales, pero casi en mayor medida la predisposición al cambio y la actitud. El País Vasco destaca por el entendimiento entre administraciones para elaborar estrategias, la vocación innovadora, la apuesta por la educación, el espíritu de consenso y la colaboración público-privada. Galicia debería hacer mucho más por emular los procesos de éxito de otros.

La Xunta viene de lanzar esta semana la primera ley en España para el impulso demográfico con un conjunto de medidas, algunas de ellas ya en vigor, a las que se destinarán recursos por 700 millones anuales. Entre las soluciones para ganar población, la de fomentar el retorno de 20.000 emigrantes gallegos se presenta como la más rápida y eficiente. Está por verificar si este objetivo, que también formaba parte de estrategias anteriores, se logra ahora con las nuevas ayudas e incentivos. Aunque, sin duda, para fijar y ganar población nada hay más fundamental que crear más y mejor empleo.

Que las medidas anunciadas sean suficientes o no para revertir la situación se verá, pero ampararse en la excusa de los escasos nacimientos y la legión de pensionistas para resignarse a la inacción únicamente funciona como autoengaño. Los países desarrollados comparten esas características y no retroceden. Ningún castigo irreversible o ajeno a su propio esfuerzo y responsabilidades condena a los gallegos a no progresar. Por eso, esta ley pionera, aunque tardía, merece el apoyo de todos, porque el futuro depende de ello: de hacer frente con coraje y determinación a la hemorragia de la más grave herida por la que desangra la comunidad. Estamos ante un desafío peliagudo, como ningún otro en nuestra tierra. Pero Galicia debe saber explotar sus ventajas competitivas y oportunidades. No tiene nada de lo que acomplejarse, ni ante nadie. Solo falta que sus políticos y los gallegos así lo crean.