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Juan Gaitán

La calor, el Terror

Una antigua fábula a propósito de las altas temperaturas de estos días

Ahora que el calor anda dando trompadas por toda España, como un animal rabioso envuelto en fuego, dicen que por culpa del cambio climático, me he acordado de que Álvaro Cunqueiro contaba una antigua fábula sobre el rey de un país "hasta entonces muy feliz, acunado por la música de un gran río, y en el que no se conocía el hambre ni la enfermedad, y las gentes vivían un siglo". Aquel rey, tras enterarse de que en tiempos muy remotos el Terror había visitado su reino, reunió a sus consejeros tratando de saber qué especie de criatura era la llamada "Terror". Y como nadie la había visto, envió un consejero a buscarla, "aunque su precio fuese el de una provincia", porque aquel rey quería tenerlo todo. Un dios justiciero escuchó los deseos del rey y, disfrazado de campesino, se fue al encuentro del consejero llevando a la bestia, que tenía forma de una gigantesca cerda muy peluda, sujeta con cadenas. El consejero real le preguntó al campesino cómo se llamaba aquel animal. El dios contestó que era la hembra del Terror. El consejero la compró por un altísimo precio, y entonces supo que su alimento era "un haz de agujas por día". Se buscaron agujas por todos los rincones del reino, pero pronto no hubo bastantes agujas para saciar aquel descomunal apetito. En poco tiempo, el precio de una aguja llegó a ser el mismo de un diamante? Se señalaron entonces enormes impuestos para reunir dinero con el que adquirir agujas allí donde las hubiera, pero la bestia era insaciable. El pueblo, desesperado por la tiranía y por el hambre, se rebeló. Murieron decenas de miles de personas. Al fin se decidió pedir permiso al rey para matar al animal, y el monarca lo concedió. Lo condujeron a las afueras de la ciudad y lo encadenaron a doce postes de hierro. Una gran hoguera debía acabar con él, pero el fuego no logró darle muerte. El monstruo, envuelto en llamas, rompió sus cadenas y entró en la ciudad provocando un enorme incendio. El propio rey murió en el palacio, pasto de las llamas. El cuento termina con estas palabras: "Así, por el estúpido deseo de un monarca, todo un reino fue destruido y transformado en un desierto habitado solamente por los lagartos, las serpientes y los demonios".

No sé por qué precisamente ahora me he venido a acordar de esta vieja fábula, por qué me da la sensación de que, después de tantos siglos, sigue teniendo alguna actualidad, continúa vigente, acaso porque no aprendemos nunca nada ni de la vida ni de los cuentos, que vienen a ser la misma cosa.

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