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Juan Carlos Laviana.

Cómo ser un buen turista

La masificación y el vandalismo obligan a establecer normas estrictas para los viajeros descontrolados

Cada vez son más los que piensan que no hay turista bueno. Cerrarnos al turismo, para evitar las hordas invasoras, se antoja un tanto radical, sobre todo por nuestra dependencia económica. Lo que ya no admite más dilación es regularlo de forma muy estricta. Ver Venecia al amanecer desde un crucero es una de las experiencias impagables de la vida, pero no a costa de destruir Venecia. Cada vez son más los países que decretan normas de comportamiento o denuncian el vandalismo, incluso de los turistas locales. Así descubrimos las barbaridades que cometemos cuando, cual vampiros al llegar la noche, nos convertimos en viajeros descontrolados. Sabíamos de la existencia de cafres. Aquellos que viajan para ponerse ciegos (¿hay mayor contradicción?). Aquellos que arrojan monedas al suelo para deleitarse con la lucha entre los pobres autóctonos. Aquellos que vienen a practicar el "balconing" como si en sus lugares de origen no hubiera balcones. Aquellos que gustan de inmortalizarse al estampar su firma en las obras de arte. La rapiña es otro de los pecados capitales del turista. Que si ese vaso de pinta en un pub; ni siquiera los recogen. Que si una piedra del muro de Berlín; hay tantas. Que si una de astilla de los escombros de Notre-Dame; total seguro que las van a tirar. Bah, tonterías. La tontería del turista despreocupado -estar de vacaciones no da derecho a todo- lleva a problemas más graves. Resulta paradigmático el caso de la localidad escocesa de Fortingall, en Perthshire. Nadie sospecharía que hasta ese rincón paradisiaco del mundo hubieran llegado las hordas. Pues sí, han llegado. La gran atracción es un tejo de entre 2.000 y 5.000 años de antigüedad (difícil de datar), que pasa por ser el árbol más viejo del Reino Unido y uno de los seres vivos más viejos de Europa. Es fácil imaginar qué le está pasando al tejo. Los turistas empezaron por arrancar una hoja, luego una ramilla y, finalmente, toda una rama, para llevárselas a casa de recuerdo. El tejo, como buen ser vivo, ha reaccionado a la agresión: de repente, cambia de sexo de manera espontánea. Pese a ser de pueblo, jamás me había dado por pensar en el sexo de los árboles. Según los expertos, el sabio tejo, al sufrir tan crueles agresiones, padece un fuerte trastorno de estrés. Y su reacción ha sido -lo que no sepa la naturaleza- cambiar de sexo con el fin de facilitar la reproducción y garantizar la amenazada supervivencia de su especie. Qué gran lección del reino vegetal. El turista salvaje no sólo cercena la naturaleza, sino que agrede su propia memoria humana. Tras la exitosa serie, Chernobyl se ha convertido en objetivo de los turistas que empezaron a compartir en las redes selfies en la zona de exclusión por el desastre nuclear. La atracción fue bautizada como "el paseo radiactivo". La pasada semana tuvo que pedir cordura Craig Mazin, creador de la serie, y recordar que en ese lugar ocurrió una espantosa tragedia: "Compórtense con respeto por todos los que sufrieron y se sacrificaron". Pocas semanas antes, la dirección de Auschwitz pidió a los visitantes del campo de concentración que recordaran que en aquel lugar más de un millón de seres humanos fueron asesinados: "Respeta su memoria. Hay lugares mejores para aprender a caminar en equilibrio que aquel que simboliza la deportación de cientos de miles de personas hacia la muerte". Se había puesto de moda grabarse a uno mismo caminando por los raíles de la vía del tren que conducía al campo de exterminio. En un completísimo reportaje de la BBC, difundido la semana pasada, la experta en la explosión turística Elizabeth Becker aseguraba que, para hacer lo mismo que puedes hacer en casa, es mejor no viajar. Y sentenciaba rotunda: "Mucha gente piensa que tiene derecho a ir a cualquier lugar que desee (?). El derecho a viajar no existe. Es un privilegio". Nada más lejos de mi intención amargar las vacaciones a nadie. Buen verano.

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