Imaginarse lo que fue y averiguar en qué se ha convertido ideológicamente Ciudadanos puede ser uno de los pasatiempos del verano. Invocar la ideología para dar con la solución del acertijo solo nos conducirá a un error. Y, sobre todo, creer que el partido de Albert Rivera ha perdido el oremus en los últimos meses electorales será abundar aún más en la equivocación, o la excusa para justificar otro tipo de desencanto personal.

El alma fundacional socialdemócrata de Ciudadanos hace ya mucho tiempo que yace olvidada en un almario. Eso deberían saberlo los que le exigen a Rivera que cambie el paso y apoye la investidura de Pedro Sánchez. ¿Acaso no conocían los dirigentes cesantes qué partido dirigían, y los candidatos dimitidos dónde se metían? ¿Por qué le piden entonces a una formación liberal que favorezca la investidura del candidato cuyo partido se apoya en Bildu en Navarra y renueva el pacto con los independentistas en Baleares? Eso sí sería cambiar después de tanto haber insistido en combatir el nacionalismo. A Rivera se le puede reclamar que marque las distancias con Vox, pero no que respalde lo que, por otro lado, lleva años denunciando en Cataluña y en cualquier otro lugar.

Las urnas y los pactos han conducido a Cs a un laberinto. Muchos opinan que el enrocamiento de Rivera perjudica al país, pero no es lo peor para su credibilidad política. No digo ya lo que puede significar para la pervivencia del partido debilitarse en la oposición. Si Sánchez, el inolvidable autor del "no es no" a Rajoy, escoge seguir su camino al lado de Podemos y del resto de las malas compañías tampoco será lo que se dice una bicoca para España. Pero...