El Museo del Holocausto, en Washington DC, no es un lugar agradable. Tampoco está pensado para que lo sea. Se pretende, más bien, que los visitantes no solo tengan la oportunidad de conocer mejor una verdad muy incómoda y difícil de soportar, sino que también la recuerden. Su objetivo principal es proteger la memoria. La memoria de un genocidio. La industria de la muerte fundada por los nazis con la intención de exterminar al pueblo judío. Y para ello se muestran datos (número de víctimas y refugiados), se recrean espacios (guetos, ropa y cámaras de gas) y se exponen documentos (leyes antisemitas y periódicos de la época).

Uno puede comprobar el esfuerzo que se ha hecho para dejar claro que ese acontecimiento histórico, lo que ahora llamamos "el Holocausto" o la "Shoah", sobre el cual se ha establecido un comprensible consenso en torno al mal que ejemplifica, no ocurrió de manera repentina. Antes de Auschwitz fueron promulgándose una serie de ideas que facilitaron la existencia de Auschwitz. Hubo persecuciones y discriminaciones aisladas. Mensajes de odio, emitidos desde la prensa y desde la política, hacia los que fueron nombrados "culpables" de todas las crisis (económica, moral, cultural) que en ese momento padecía la nación alemana. La sociedad iba progresivamente encaminada hacia la barbarie. En una de las secciones del museo se nos presenta una reflexión sobre la importancia de conocer los orígenes de dicho proceso que trasciende la especificidad identitaria de la tragedia. Ocurrió una vez, pero puede volver a ocurrir. Ocurrió allí, pero puede ocurrir aquí. Fuimos nosotros, pero pueden ser otros.

Recordaba todo esto a propósito de la controversia que se ha generado estos días después de que Alexandria Ocasio-Cortez comparara el trato que están recibiendo los inmigrantes en la frontera con los "campos de concentración". No pocos periodistas y políticos piensan que la congresista demócrata está frivolizando con la muerte de seis millones de personas y manifestaron su indignación con la "insultante" analogía. Ella, por su parte, ha defendido la utilización del término acogiéndose a ciertos aspectos de su significado literal (separación de familias, hacinamiento, etc.) y distinguiéndolo de "campos de exterminio". En Fox News le han sugerido que estudiara más historia, que debería disculparse con la comunidad judía. El nazismo está siendo utilizado con mucha frecuencia para explicar los problemas de la política actual. Don Lemon, presentador de CNN, decía el otro día, refiriéndose al presidente, que habría que comenzar a pensar en la posibilidad de no permitir que los políticos extremistas se beneficien de las plataformas televisivas para pronunciar sus discursos. Lemon ponía como ejemplo a Hitler, señalando que ahora encontraríamos muy razonable que los medios de comunicación de los años treinta se negaran a facilitarle una ventana al Führer parar que no pudiera difundir sus mentiras y su propaganda. Sabemos que conviene prescindir de la reductio ad Hitlerum, ya que tener costumbres y aficiones similares a las de Hitler no te convierte en Hitler, y debemos acordarnos siempre de la célebre "ley de Godwin", pues mencionar a los nazis indica que la discusión se ha alargado mucho y se puede dar por terminada. Cuando uno sale del Museo del Holocausto no piensa tanto en Hitler y los nazis como en la humanidad en su conjunto. Y ese es uno de los grandes logros del museo: la memoria del Holocausto también es la memoria de todos. No es necesario aludir a Hitler para combatir lo que él, como tantos otros, representó.