La educación superior bate récords. España duplica la tasa europea de desempleados titulados, aunque la Universidad hace ya tiempo que ha dejado de garantizar una salida laboral e introduce un severo problema de sobrecualificación, con graduados ejerciendo trabajos que nada tienen que ver con sus estudios. El porcentaje de parados muy cualificados se mantiene en el 9%, mientras en el resto del continente se sitúa en el 4%. Ni Alemania, con el doble de población, se acerca a nuestro país en licenciados. Desde esta perspectiva, la FP, en su sentido más amplio, sigue siendo uno de los mayores retos para poder corregir el desequilibrio vigente. Una palanca importantísima no solo para conseguir un empleo sino para la eficiencia del sistema productivo. Con dificultad y lentitud ha aumentado su prestigio, pero urge avanzar mucho más deprisa ante el insoportable paro que lastra a nuestros jóvenes.

De la trascendencia de la Formación Profesional se hace eco todo el mundo. De la necesidad de dar una respuesta adecuada a esa demanda, también. No es un caso exclusivo de Galicia. La industria gallega del metal, por ejemplo, no se cansa de repetir que faltan soldadores, torneros, fresadores, jefes de equipo, matriceros... Lo ha vuelto a denunciar Asime esta semana: necesitan contratar 800 trabajadores especializados, pero no los encuentran.

Aunque las lagunas de formación no se ciñen al metal. También ocurre con el textil, la alimentación, la atención sociosanitaria o la pesca. Esta misma semana, la flota de altura viene de cerrar acuerdos para embarcar a partir de enero a los primeros alumnos de mecánico mayor naval de FP dual como forma de atajar la escasez de este tipo de profesionales a bordo.

En unos casos no se presentan candidatos a cubrir los puestos. En otros, los que responden a la demanda no están en condiciones de rendir porque no han recibido una enseñanza adecuada. Puede ocurrir -y esto es un hecho real, no una caricatura- que una empresa demande caldereros a un centro de Formación Profesional y que, cuando éste le envía varios, el empresario se encuentre con la sorpresa de que los recién incorporados nunca han trabajado con el metal, sino que lo han hecho con otros materiales impropios.

Sobre el acierto en la aplicación de los recursos que se destinan a la formación surgen dudas y también alguna sospecha. El objetivo debería ser gastarlos de forma racional, destinándolos a cubrir las verdaderas necesidades de la comunidad, que pasan, por supuesto, por satisfacer las legítimas aspiraciones personales de los alumnos, pero también facilitándoles cauces idóneos para entrar en relación con las empresas que les permitan desarrollar las capacidades adquiridas, que deben estar a la altura de lo que demanda el mercado laboral.

En la formación reglada se ha registrado una auténtica eclosión en los últimos años. De ser considerada despectivamente como una vía muerta a la que conducía el fracaso escolar, ha pasado a ser estimada como un buen camino para conseguir un empleo cualificado. Aunque hay todavía mucho trecho por recorrer. La razón de esta creciente aceptación es la constatación por parte de los estudiantes de que la obtención de un título -de técnico superior, por ejemplo- es un excelente aval en el mercado de trabajo, lo que contrasta a veces con la dificultad que encuentran los titulados universitarios.

No hace falta decir que en el caso de la Formación Profesional resulta decisiva la orientación de los cursos hacia ramas donde exista una alta demanda de empleo y que eso exige disponer de medios y, sobre todo, de profesorado cualificado y puesto al día. Y en no pocos casos se percibe que, pese a los cambios introducidos, sigue sin haber la suficiente conexión entre las necesidades del mercado laboral a corto y medio plazo y las titulaciones que se ofrecen.

Por eso resulta decisivo y muy urgente, saber cuál es realmente el estado de la cuestión en Galicia, pero saberlo a ciencia. Prever qué especialidades van a ser demandadas y anticiparse a esos requerimientos, facilitando esos datos a los aspirantes a trabajar y a quienes estén en condiciones de suministrarles la formación. Para ello resulta indispensable una relación muy fluida entre administración y empresas, que deben tener un papel fundamental y participativo en el proceso. Disponer de exhaustivas bases de datos para, a partir de ese conocimiento amplio e inmediato del mercado laboral, asignar mejor los recursos en aras de lograr los mejores resultados.

Hay indicios claros de que la FP evoluciona positivamente en Galicia. Como poco, parece mejor orientada y la prueba de ello es que ha recuperado prestigio social. Se han comenzado a llevar a la práctica objetivos deseables, como la formación dual. De hecho, Educación acaba de anunciar que el próximo curso aumentará en casi un 60% los ciclos de esta modalidad, pero hay mucho que progresar. Aquí y en el resto de España. Y, como no nos cansaremos de repetirlo, es una verdadera lástima porque ese modelo de formación ha demostrado enormes virtudes en otras latitudes, especialmente para frenar la sangría del paro juvenil. De la misma manera que resulta fundamental que las empresas se impliquen de forma más activa en esta misión. Para aportar ese plus de calidad y de excelencia, puesto que una FP ajena a ellas resulta estéril.

De que despegue con mayor brío, dependerá en parte el relevo laboral y el futuro del tejido empresarial. Por eso resulta imprescindible dar pasos mucho más rápidos y consistentes ante el ineludible reto de crear empleo urgente para nuestros jóvenes facilitándoles habilidades especializadas con las que ganarse la vida. Por dignidad y por derecho.