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Joaquín Rábago.

Donald Trump, perdonavidas

No contento con invocar a Dios en vano, como es costumbre en quien ocupa la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump parece creerse el mismo Dios.

Y como Dios, puede disponer libremente en todo momento de la vida de los humanos, como él mismo se encargó de explicar al mundo en esos tuits que tanto prodiga, para diversión de algunos y horror de los más.

Los observadores políticos parecen hoy fascinados por las últimas revelaciones tuiteras de Trump en el sentido de que había decidido abortar in extremis un ataque contra Irán.

Trump confirmó en su red social preferida algo que había avanzado ya antes "The New York Times": todo estaba decidido para esa misión de represalia por el derribo de un dron por los iraníes, pero en el último momento decidió no llevarla a cabo.

Según contó él mismo, "estábamos preparados para responder desde tres posiciones cuando pregunté cuántos morirían". A lo que sus asesores militares le respondieron: "Ciento cincuenta, señor".

En ese momento, Dios-Trump consideró que eran demasiadas vidas como castigo por un dron no tripulado. "No tengo prisa. Nuestro Ejército está preparado para actuar, y es de lejos el mejor del mundo", se vanaglorió el presidente.

Las reflexiones de un Trump no acostumbrado a reflexionar antes de disparar sus tuits suscitaron reacciones encontradas en su país: algunos alabaron su prudencia frente a los halcones que le asesoran mientras otros le acusaron de claudicar y compararon su decisión con la de Barack Obama al no atacar a Siria.

Es un juego extremadamente peligroso el de Trump en Oriente Medio: acostumbrado a lanzar órdagos en el mundo de los negocios, no parece consciente de que está jugando con fuego en medio de un polvorín.

Y el problema no es tanto Trump, cuyo desconocimiento de la historia y sus lecciones es público y notorio, cuando el equipo del que se ha rodeado y que le hace a veces, como en esta ocasión, aparecer como un inverosímil moderado.

Si en su día consiguió deshacerse de su Rasputín Steve Bannon, el hombre que le ayudó a alcanzar la Casa Blanca y ahora se permite dar consejos a la derecha ultranacionalista europea, Trump tiene hoy soplándole al oído a personajes siniestros.

Individuos como el eternamente jovial secretario de Estado, Mike Pompeo, y el consejero de Seguridad Nacional, el siempre adusto John Bolton, que no ocultan su deseo de darle por fin Irán la lección que se merece y vengarse así de la profunda humillación que supuso para el país más poderoso del mundo la llamada crisis de los rehenes (1979-1981).

Ambos, Bolton y Pompeo, fueron decisivos para que EEUU se apeara unilateralmente del tratado nuclear con Irán, desairando así al resto de los firmantes -rusos, chinos y europeos-, y buscan por todos los medios asfixiar económicamente a ese país para provocar un cambio de régimen o hacerle al menos desistir de su política intervencionista en la región.

Con el consejo inestimable de tales individuos, el presidente Trump se ha alineado con el Israel de Benjamin Netanyahu y la feudal Arabia Saudí de Mohammed bin Salmán, enemigos declarados de Irán y a quienes no parece preocupar que arda Oriente Medio.

La chispa puede saltar en cualquier momento. Y Estados Unidos quedará siempre mucho más lejos que Europa de ese incendio.

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