Visto lo visto, cuando alguien puso en circulación la famosa frase según la cual "la política hace extraños compañeros de cama", su acierto fue casi absoluto. Pero le faltó un detalle: especificar que el lecho en cuestión es redondo, que según dicen quienes tienen experiencia en lo exótico, es el summum. Pero como en este tipo de cuestiones parece que nunca se puede considerar dicha la última palabra y siempre cabe un ejemplo que lo demuestra, ahí está el caso de Ourense, en el que dos adversarios acérrimos -en términos dialécticos, al menos- llenan de pelillos el océano, olvidan el pasado y entonan -por separado, eso sí- algo que se parece a los aleluyas aleluyas.

(A estas alturas hay ya quien se lanza al más difícil todavía y arriesga en las apuestas al sugerir que al "atado y bien atado" que, aun con otras palabras, dice tener el señor Baltar lo de la diputación le puede pasar lo que a Franco, que llegó a asegurar lo mismo y ya se vio que el nudo era de corbata. Cierto que la mayor parte de los posibles apostadores suponen que tal hipótesis sería demasiado desvergonzada incluso para la política española, pero el juego que hace millonarios -y no se afirma esto con aviesa intención- es el de poco margen de acierto. Y nunca se sabe).

Para más jaleo, en esto llegó el secretario xeral de los socialistas gallegos y añadió otro término de los que amplía el campo interpretativo y calificó de "trapicheo" el asunto del trueque de sillones entre el ya alcalde de la capital ourensana y el presidente -en funciones, de momento- futuro de la diputación. Se supone que el exabrupto de don Gonzalo Caballero ha de considerarse en lenguaje coloquial, pues de lo contrario podría tenerse por injurioso, o quizá calumnioso, y todavía no le ampara la inmunidad parlamentaria, por relativa que sea. A ver qué pasa, porque la cuestión promete emociones.

Conste que si se entiende en su acepción vulgar -teniendo en cuenta que son rifirrafes entre políticos- serían muchos los que estarían de acuerdo con el dirigente del PSOE de aquí. Por muchos motivos, casi todos ellos aceptables desde la opinión personal e incluso algunos ya expuestos. Porque lo ocurrido este sábado último en no pocos puntos de la geografía española es una burla al concepto mismo de la "limpieza" -en el sentido que le dio, por ejemplo, el presidente Feijóo- y algo peor para la voluntad de los/as ciudadanos/as. Y decirlo no es ofender: es describir.

La única pega que se le puede endosar a la indignación de don Gonzalo es precisamente lo extendido del estereotipo que provoca su cólera, que quien escribe considera mucho más real y genuina que la que predicó la vicepresidenta Calvo, auténtica autoridad en cinismo. Porque esa característica, la extensión, salpica, si no de forma idéntica, muy parecida, también a su partido, que no está limpio de polvo y paja en actividades postelectorales rocambolescas. Por eso, desde la ingenuidad, alguien podría quizá proponer un esfuerzo para limpiar, fijar y dar esplendor al oficio político. Que buena falta le hace.

¿Verdad...?